Actualidad

  • Elevar un himno de acción de gracias

    29 diciembre 2016

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Les invito, queridos lectores, a una acción de gracias al Señor por tantos dones que nos ha dado en 2016; mi invitación quiere igualmente dirigirse a nuestro Dios y a abrirse a todo cuanto nos otorgue Él en 2017. Dios nos ha regalado sobre todo su Gracia en persona, esto es, el Don viviente y personal del Padre, que es su Hijo predilecto, nuestro Señor Jesucristo, nacido de la Virgen María. Precisamente esta gratitud por los dones recibidos de Dios en el tiempo que se nos ha concedido vivir nos ayuda a descubrir un gran valor inscrito en el tiempo, esa dimensión de nuestra vida siempre misteriosa para nosotros. Marcado el tiempo en sus ritmos anuales, mensuales, semanales y diarios, está habitado por el amor de Dios, por sus dones de gracias; de este modo es tiempo de salvación. Es que el Dios eterno entró y permanece en el tiempo del hombre. Cuando la persona de Jesús, en efecto, entró y permanece en el mundo, entró y permanece en el tiempo de los hombres y mujeres como Salvador de mundo. Con mucha fuerza nos lo recuerda san Pablo: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo… para que reviéramos la filiación adoptiva” (Gál 4,4-5). Tal vez con los ruidos y costumbres del fin de año (Nochevieja) no hemos entrado en la hondura de lo que supone para nosotros que el Eterno entre en el tiempo y lo renueva de raíz, liberando al hombre del pecado y haciéndolo hijo de Dios. Por eso estamos tan despistados a veces, envueltos en comidas y “bebidas”, fiestas y regalos, que no llenan el corazón. Ya “al principio”, o sea, con la creación del mundo y del hombre y la mujer, la eternidad de Dios hizo surgir el tiempo, en el que transcurre la historia humana, de generación en generación. Ahora, con la venida de Cristo y con su redención, estamos “en la plenitud” del tiempo. Como pone de relieve san Pablo, con Jesús el tiempo llega a su plenitud, a su cumplimiento, adquiriendo el significado de salvación y de gracia por el que fue querido por Dios antes de la creación del mundo. Sí, hermanos, la Navidad nos remite a esta “plenitud” del tiempo, es decir, a la salvación renovada traída por Jesús a todos los hombres. Nos la recuerda y, misteriosa pero realmente, nos la da siempre de nuevo. Toda Navidad es siempre nueva. Nuestro tiempo humano está lleno de males, de sufrimientos, de dramas de todo tipo. Están provocados por la maldad de los hombres y aquí se incluyen hasta los males derivados de catástrofe naturales. Pero encierra ya a la vez este tiempo, y de forma imborrable, la novedad gozosa y liberadora de Cristo Salvador a lo largo del año. Precisamente en el Niño de Belén podemos contemplar de modo particularmente luminoso y elocuente el encuentro de la eternidad de Dios con el tiempo de los hombres, como expresa con frecuencia la liturgia de la Iglesia. La Navidad nos hace volver a encontrar a Dios en la carne humilde y débil de un niño. ¿No hay aquí una invitación a nosotros a reencontrar la presencia de Dios y de su amor, que da la salvación también en las horas breves y fatigosas de nuestra vida cotidiana? ¿No es igualmente una invitación a descubrir que nuestro tiempo humano –también en los momentos difíciles y duros- está enriquecido incesantemente por las gracias del Señor, es más por la Gracia que es el Señor mismo? Decimos a nuestro Dios: “Señor, Tú eres nuestra esperanza, no quedaremos defraudados para siempre”. Quien nos entrega en la Navidad a Cristo, nuestra esperanza, es siempre ella, la Madre de Dios, María santísima. Como hizo con los pastores y hará con los Magos, sus brazos y más aún su corazón siguen ofreciendo al mundo a Jesús, su Hijo y nuestro Salvador. En Él está toda nuestra esperanza, porque de Él han venido para todo hombre y mujer la salvación y la paz. Que Dios en Cristo, que quiso compartir nuestro tiempo, les guie en el nuevo año, para que así sea venturoso. +Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo

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  • Cantar la Navidad

    22 diciembre 2016

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    “Hay que cantar la Navidad”, oíamos de pequeños, cuando pedíamos el aguinaldo y nos lanzábamos con nuestras voces a entonar los villancicos que conocíamos, que no eran pocos, algunos de los cuales, recuerdo, tenían letras muy teológicas que unían la Navidad a la Semana Santa, el nacimiento de Jesús a su muerte. Hoy también la gente canta en Navidad, pero menos y, en menor proporción, villancicos navideños. En ocasiones incluso he escuchado que para qué cantar si en nuestro mundo hay dolor, guerra, desamor, egoísmo, persecución por odio. Además, existen aquellos que la Navidad les trae nostalgia o recuerdos de seres queridos que ya no están. Pero hay que cantar. Veamos razones para ello. El evangelio de la Misa de Medianoche (Misa del gallo) nos relata al final que una multitud de ángeles del ejército celestial alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). La Iglesia ha amplificado en la Gloria esta alabanza, que los ángeles entonaron ante el acontecimiento de la Nochebuena, haciéndola un himno de alegría sobre la gloria de Dios: “Por tu inmensa gloria, te alabamos, te bendecimos, te damos gracias…”. Sí, hermanos, damos gracias a Dios por su belleza, por su grandeza, por su bondad, que en esta noche se manifiesta. La aparición de la belleza, de lo hermoso, nos hace alegres, sin querer preguntarnos por su utilidad. Estamos cansados de hacer cosas meramente útiles, eficaces… y nada más. La gloria de Dios, de la que proviene toda belleza, hace saltar en nosotros el asombro y la alegría. Quien vislumbra a Dios siente alegría, y en esta noche vemos algo de su luz. Sin duda. Pero el mensaje de los ángeles habla también de los hombres a los que se desea la paz. ¿Qué hombres? “Paz a los hombres que Dios ama”. Pero san Jerónimo tradujo esta frase del griego de otro modo: “Paz a los hombres de buena voluntad”. ¿Con cuál nos quedamos? Leámoslas juntas para entender mejor. Sería, por ejemplo, equivocada una interpretación que entendiera que en Navidad solamente se da el obrar de Dios, como si Él no hubiera llamado al hombre y la mujer a una libre respuesta de Dios. Pero también errónea la interpretación moralizadora, según la cual, el ser humano podría con su buena voluntad redimirse a sí mismo. Ambas cosas van juntas: gracia y libertad; el amor de Dios, que nos precede, y sin el cual no podríamos amarlo, y nuestra respuesta, que Él espera y que incluso nos ruega cuando nace su Hijo. El entramado de gracia y libertad, de llamada y respuesta, no lo podemos dividir en partes separadas una de otra. Las dos están indisolublemente entretejidas entre sí. ¿Saben por qué? Porque esta palabra es promesa y llamada a la vez. Dios, en efecto, nos ha precedido con el don de su Hijo. Una y otra vez, nos precede de manera inesperada. Pero no deja de buscarnos, de levantarnos cada vez que lo necesitamos. No abandona a la oveja extraviada en el desierto en que se ha perdido. Dios nos e deja confundir por nuestro pecado. Él siempre vuelve a comenzar con nosotros. Sin embargo, espera que amemos a los demás con Él. Nos ama para que nosotros podamos convertirnos en personas que aman junto con Él, y haya así paz en la tierra. Paz que falta y que es necesaria. Amor que falta, como falta justicia, como falta acercarnos al caído, al más pobre y abandonado, como sobran juicios duros sobre las personas. Curiosamente san Lucas no dice que los ángeles cantaran: solamente que el ejército celestial alababa a Dios. Pero los hombres siempre han sabido que el habla de los ángeles es diferente al de los hombres; que precisamente en esta noche del mensaje gozoso éste ha sido un canto en el que ha brillado la gloria de Dios. Por eso, el canto de los ángeles ha sido percibido desde el principio como música que viene de Dios, más aún, como invitación a unirse al canto, a la alegría del corazón por ser amados por Dios. ¿Queréis uniros a este cántico? Para san Agustín, cantar es propio de quien ama. Os invito a asociaros llenos de gratitud a este cantar de todos los siglos, que une cielo y tierra, ángeles y hombres. Le pedimos al Señor que cada vez seamos más las personas que aman con Él, y que seamos hombres y mujeres de paz. Feliz Navidad para todos. +Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo

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  • Del malestar a la acogida de Dios en Navidad

    15 diciembre 2016

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    A poco que hayamos conocido el de vivir la vida y la fe cristiana en nuestra sociedad del bienestar, caemos en la cuenta de que a nosotros, si comparamos cómo la viven en África o en lugares de Latinoamérica, nos falta la sencillez de una fe arraigada en la vida en común, capaz de sostener las penalidades y sufrimientos de tantas privaciones. Sin duda que es diferente a esta fe, muchas veces atormentada y problematizada, que conocemos entre tantos de nosotros, los católicos españoles. La alegría de la fe en las personas, especialmente en los niños, no es fácil percibirla en nuestra sociedad. No quiero con esta afirmación decir que volvamos a la precariedad de vida de los países de África o América, que es sin duda injusta. Pero es necesario aprender y cambiar el corazón. Nuestra cultura ha perdido el camino y no encuentra remedios eficaces para recuperarse. Llegamos a poner en duda los frutos de la civilización que nos vio nacer. ¿Qué nos pasa a los europeos? Y, de manera singular, ¿qué nos pasa a los cristianos europeos? Será difícil guiar por “los caminos del bosque” de nuestra sociedad, pero no podemos seguir en una sociedad del mero espectáculo o de un consumismo rampante. Porque el malestar que sentimos no se puede explicar limitándose a los factores económicos de la crisis, aunque haya sido grave en los últimos años. Ahí está, por ejemplo, la caída dramática de la natalidad y las dificultades crecientes para integrar la emigración. ¿Y qué decir de los fundamentalismos y los populismos? ¿En qué consiste esa pérdida de confianza ante la propia experiencia de vida? En que no conseguimos que el conocimiento de nosotros mismos, de los demás y del mundo conserve su carácter de signo del fundamento, de ese misterio al que todos llaman Dios. Que no tenemos gramática para leer lo que la realidad nos dice. Y así se pone en peligro la razón, la libertad y la misma realidad. Se encienden las alarmas de peligros que nos acechan. Es la dimensión antropológica (lo que somos como hombres y mujeres) y religiosa la que nos está fallando para que haya una válida convivencia y una paz en nuestra sociedad. ¿Quién ha fallado? Tal vez, todos. Por lo que se refiere a los cristianos, ya dijo Juan Pablo II que “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida” (Juan Pablo II, discurso el 16 de enero de 1982). El Papa con esto no quería decir que la fe se diluya hasta trocarse en mera cultura; reivindica la capacidad de la fe para modificar a fondo lo que mueve a la gente a un modo concreto de vivir y pensar las grandes cuestiones que afectan a la vida. Para superar nuestras dificultades necesitamos comprender el cristianismo y la fe cristiana de modo que sintamos que Cristo es un acontecimiento que nos ha sucedido y nos sucede; y además que esta fe en Jesús tiene una racionalidad propia de este acontecimiento singular de la historia que es la aparición del Hijo de Dios en ella, su nacimiento. El anuncio cristiano, pues, tiene la pretensión de suscitar una “novedad inaudita, que da a la vida un horizonte nuevo y con ello una decisión decisiva”. Son aquellas famosas palabras de Benedicto XVI, que retoma el Papa Francisco en “La alegría del Evangelio”, n. 7: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Podemos vivir la celebración de la Navidad desde este horizonte: no es algo que sucedió y su eco ha ido perdiéndose en el transcurso del tiempo; es el misterio del acercamiento y salvación de la humanidad, que comienza con el nacimiento de Jesús. Toda una caricia de ternura de Dios Padre, que realiza un intercambio con nosotros inaudito y asombroso. Es su Venida, preludio de la que sucederá la final de los tiempos, pero que ya ha comenzado de un modo misterioso. Gocemos en ella. Feliz Navidad. Braulio Rodríguez Plaza Arzobispo de Toledo y Primado de España

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