Actualidad

  • COMENTARIO DE UN CATÓLICO DE A PIE

    21 marzo 2019

    Sobre las catequesis del Papa en torno al Padrenuestro

    “Hágase tu voluntad”, es pedir “Santificado sea tu nombre” y también “Venga a nosotros tu Reino”. Y esa Voluntad no es otra sino que todos los hombres se salven. Para lo cual “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Cada uno de nosotros puede decir: “Pero ¿Dios me busca?”. “Sí, ¡Te busca!” “Me busca”. Y me busca por amor. Por eso, no estamos invitados a bajar servilmente la cabeza, como si fuéramos esclavos. ¡No! Dios nos quiere libres; y es su amor el que nos libera. Rezamos llenos de confianza al saber que Dios quiere el bien para nosotros, y le pedimos que convierta las espadas en azadones y las lanzas de nuestras guerras en podaderas. Por otra parte, “No hay nada al azar en la fe de los cristianos: en cambio, hay una salvación que espera manifestarse en la vida de cada hombre y de cada mujer y cumplirse en la eternidad.” Esa fue la oración en Getsemaní, y ha sido la de los mártires. Teniendo al Señor siempre cerca de nosotros podremos experimentar dolorosas heridas pero El no nos abandonará. J.M.M.

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  • URGENCIA DE ANUNCIAR A JESUCRISTO

    28 febrero 2019

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Pienso que en el momento actual urge mucho anunciar a Jesucristo y su Evangelio. Quienes intentamos vivir la fe cristiana, y nos preocupa que nuestros contemporáneos se encuentren con el Señor, hemos de dejar nacer a Cristo en nuestra sociedad y que su Espíritu se desarrolle de manera que este nacimiento de Jesús en la Iglesia y en las almas pueda ser reconocido y percibido en toda su riqueza y en el mundo ambiguo de creencias, de búsquedas de paz efímeras y de deseos de tener energías nuevas. Hablemos, pues, de Cristo, el Señor como de Alguien a quien conocemos bien y no de oídas; en quien confiamos porque nos fiamos de Él; con quien contamos en el caminar de la vida; a quien amamos porque le hemos encontrado nosotros mismos y, por ello, podemos mostrarlo con su ayuda naturalmente. Nuestra fe no es abstracta, no creemos en cosas raras, ni en maravillosísmos. Creemos a Cristo, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, amigo en el camino de la vida, porque Él es el Camino y la Verdad y la Vida. Necesitan nuestros contemporáneos que les mostremos que nuestra vida no tiene sentido sin Cristo. Nosotros tenemos que estar convencidos de que podemos meditar y hablar siempre de las cosas de Dios en la vida diaria, estando en casa. Por la palabra “casa” podemos entender la Iglesia o, también, nosotros mismos. Pero hablemos siempre de Él con palabras y obras. Urge proclamar: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Es Él quien nos ha revelado al Dios invisible, de modo que lo invisible de Cristo es Dios Padre y lo visible de Dios Padre es el Hijo. Y Él es “el primogénito de toda criatura, en el que todo se mantiene”. Por eso, no podemos hablar de Cristo de cualquier manera: hemos de sentir la necesidad de anunciarlo, y no callar su grandeza: “Ay de mí- dice san Pablo- si no evangelizo” (1Cor 9, 16). Yo debo confesar su nombre y lo que significa: Jesús es Cristo, Hijo de Dios vivo. Él es el centro de la historia y del mundo; Él es el que nos conoce y nos ama de manera increíble; Él es el compañero y amigo de nuestra vida, en las penas y las alegrías; Él es el hombre del dolor, asumido por nosotros y que trae la esperanza. Nunca terminaría de hablar de Él, confesó san Pablo VI en una memorable homilía en el “Quezon Circle” de Manila en 1970, pues es la luz, es la vida. Él es el pan, la fuente de agua vida que sacia nuestra hambre y nuestra sed. ¿Puede Cristo ser también el que puede incluso resolver los problemas prácticos y concretos de la vida presente, y valer para dirigir mi vida cuando se encuentra en situaciones cruciales? ¿Qué puede hacer por nosotros en esas circunstancias? Con otras palabras, ¿puede la concepción cristiana de la vida, que surge de la fe en Cristo, inspirar una verdadera renovación social en mí y en la sociedad en la que vivimos? ¿Podrá ajustarse esa forma de ver las cosas desde Cristo a las exigencias de la vida moderna, y favorecer el progreso y el bienestar para todos? Son muchas preguntas sin duda, pero un discípulo de Cristo puede responder afirmativamente que Él puede ser salvación incluso en el nivel terreno y humano de la vida práctica de cada día, aunque esto suponga remar contracorriente. Hay que subrayar, no obstante, que Cristo promulga perennemente su gran mandamiento del amor, que es su mandamiento nuevo: “Amamos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34-35). En este sentido, no existe ningún fermento social más fuerte y mejor que este mandamiento de Cristo para poner en movimiento energías morales incomparables para denunciar todo egoísmo, toda injusticia, toda tardanza y todo olvido de intentar solucionar o paliar las necesidades de los otros. Él ha proclamado la igualdad y la fraternidad de todos los hombres, basada en la paternidad sobre nosotros de su Padre, que Jesús nos ha desvelado. ¿Qué esperamos, pues, hermanos para anunciar y poner en práctica este mandamiento nuevo de Jesús que cambiar las relaciones entre los hombres y mujeres? Braulio Rodríguez Plaza Arzobispo de Toledo, Primado de España

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  • DISCIPULOS Y MISIONEROS

    19 mayo 2018

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    En la fiesta grande, que cierra los cincuenta días de la Pascua, pedimos al Espíritu Santo que nos impulse a la gran obra de la evangelización, con mucho talante misionero en todos los discípulos de Cristo. Pero lo pedimos especialmente para los fieles laicos, porque las circunstancias actuales piden en ellos un apostolado mucho más intenso y más amplio… Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separación del orden ético y religioso y con gran peligro de la vida cristiana” (A.A. n. 1). Esta llamada del Concilio Vaticano II a los fieles laicos es cada día más evidente, pues sin ellos y su actividad la indiferencia religiosa y el olvido de una sana antropología hace y hará daño a la persona humana. Pensemos en la fuerza que tiene la ideología de género y su potencia para imponerse en la sociedad. El ejemplo más cercano es el anuncio de la aprobación del Plan estratégico de Igualdad de la Junta de Comunidades por parte del vicepresidente del Gobierno regional. Bienvenida sea la igualdad, pero también aparece en esa información que en las próximas semanas el Gobierno de la Junta remitirá a las Cortes el anteproyecto por una sociedad libre de violencia de género, del que habló no hace mucho el mismo Presidente. Se quiere, sí, erradicar la violencia contra las mujeres, pero que no oculta que en ese anteproyecto aparece en su contenido una asignatura obligatoria que sin duda posee una clara ideología de género como medio casi único de luchar contra esa nefasta violencia. Sin duda que estamos ante una manera equivocada de combatir la desigualdad, o, al menos, que no tiene en cuenta lo que es el ser humano, mujer y hombre. Otros modos de combatir esa lacra de violencia contra las mujeres existen. Por eso se debe huir del pensamiento único y abrirse a soluciones más acordes con lo que es el ser humano. La peculiaridad de la actividad evangelizadora del apostolado de los fieles laicos es cada vez más necesario, porque este apostolado tiene su origen en el Bautismo. Cada fiel laico se convierte en discípulo misionero de Cristo, en sal de la tierra y en luz del mundo, por lo que la presencia pública de los fieles laicos es sumamente urgente. El Papa Francisco afirma en Evagelii Gaudium 120 que “La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados…”, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización”. Pero el Papa dice más. Dice que, si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos y misioneros” (EG, 120). Querido fieles laicos: necesitamos laicos que arriesguen “que se ensucien las manos, que no tenga miedo a equivocarse, que salgan adelante. Necesitamos laicos con visión de futuro, no cerrados en las pequeñeces de la vida” (Papa Francisco al Pontificio Consejo para los Licos, el 17 de junio de 2016). Ser discípulos misioneros de Cristo significa poner al Señor en el centro de nuestra propia existencia; y nutrirnos de la oración, la escucha de la Palabra y los Sacramentos, especialmente la Eucaristía. Un último apunte. Cuando en Pentecostés celebramos la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, hay que animar también a los jóvenes católicos que acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud. Y pedirles que ayuden a otros jóvenes a identificar la manera más eficaz para anunciar hoy la Buena Noticia del Evangelio. De otro modo, ¿cómo, si no es a través de los jóvenes, podrá la Iglesia evangelizar y que se oiga la voz del Señor también en nuestro mundo de hoy? Braulio Rodríguez Plaza Arzobispo de Toledo y Primado de España

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