Actualidad

  • Aguardamos la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo

    1 diciembre 2017

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Necesitamos empezar muchas veces; es nuestra condición humana. Pero iniciar es algo grande y siempre atrae. Hoy iniciamos el tiempo de Adviento y, casi sin darnos cuenta, estamos de nuevo en otro Año litúrgico. De manera inmediata nos preparamos para la gran fiesta de la Navidad, en que recordamos el misterio de la encarnación de Jesús. Pero, como el Señor ya vino, el Adviento tiene también el sentido de prepararnos para su vuelta definitiva. El primer domingo de la espera tiene justamente iluminar este aspecto del tiempo de Adviento/Navidad hasta el día del Bautismo de Cristo. Les invito a que lean despacio las lecturas de este día 3 de diciembre. ¿Qué esperamos, hermanos? Las noticias hablan muchas veces de las esperanzas de los hombres. Son esperanzas legítimas: que se va a conseguir una nueva vacuna o medicamento; que mejore el clima, porque estamos mal, con cambios climáticos que nos asustan; que la ciencia explique o consiga dominar fenómenos que nos aterran. En las familias se da el anhelo de que se solucione un problema, de conseguir un trabajo o de recuperar la salud de alguno de sus miembros. Es propio del hombre esperar, y cuando se consigue un bien, se espera otro mayor. Lo conseguido abre el horizonte de lo que ha de venir. ¿Será así también entre nosotros cuando nos proponemos vivir la fe y dar testimonio de Cristo? En este tiempo nuestro, que es el que sigue a la resurrección de Jesús, en el que se alternan de forma continuada momentos de serenidad con otros angustiosos, los cristianos –dice el Papa Francisco- no se rinden nunca. En una reciente catequesis de los miércoles (el 11 de octubre último), indica él que el Evangelio recomienda ser como los siervos que no van nunca a dormir, hasta que su jefe no haya vuelto. Este mundo exige nuestra responsabilidad. Jesús quiere que nuestra existencia sea trabajosa, que nunca bajemos la guardia, para acoger con gratitud y estupor cada nuevo día que Dios nos regala. Cada mañana es una página en blanco que el cristiano comienza a escribir con obras de bien. Se nos pide, pues, una dimensión de espera vigilante. La pide Cristo. En el evangelio de hoy, mediante la parábola del hombre que se fue de viaje, Jesús nos envía un mensaje claro: velad. ¿Cómo debemos hacerlo? He aquí una piedra de toque para nosotros, católicos de esta hora. Todo nos parece muy difícil; lo que pide de nosotros Jesús es para héroes: ¿pedirles a los jóvenes que sea consecuentes con su fe, cuando el mundo va por otro lado? ¿Pedir a los padres que se sacrifiquen por sus hijos y sean ante ellos coherentes y enseñen con su ejemplo? ¿Pedir a los profesionales y a los políticos cristianos que vivan lo que su fe les muestra para ser fieles al Evangelio? ¿Pedir a nuestros sacerdotes que convenzan con paciencia a padres que pretender una iniciación cristiana inaceptable para sus hijos, con los clásicos “arreglos” que tantos demandan porque hoy no se puede ser tan exigente? ¿Cómo llegar a ser semejantes a aquellos siervos que pasaron la noche con los lomos ceñidos y las lámparas encendidas? Eso es lo que dice la Doctrina Social de la Iglesia. Hemos de sentir que ya hemos sido salvados por la redención de Cristo, pero ahora esperamos la plena manifestación de su señorío, el reinado de Dios sobre nosotros. El Santo Padre nos indica en su catequesis que el cristiano no está hecho para el tedio; en todo caso, para la paciencia. Sabe que también en la monotonía de ciertos días siempre iguales se esconde un misterio de gracia. Hay personas que con la perseverancia de su amor se convierten en pozos que riegan el desierto. Hay que animarnos a apoyarnos en la fortaleza que nos el Espíritu Santo para mantener el testimonio de la fe. Ninguna noche es tan larga como para hacer olvidar la alegría de la aurora. Y cuanto más oscura es la noche, más cercana está la aurora. Si permanecemos unidos a Jesús, el frío de los momentos difíciles no nos paralizará. El cristiano ha de saber siempre que, aunque el mundo entero predica contra la esperanza y dice que el futuro del cristianismo traerá solo nubes oscuras, en el mismo futuro está en el retorno de Cristo, que al final de nuestra historia esta Jesús Misericordioso para tener confianza y no maldecir la vida. Después de haber conocido a Jesús, nosotros no podemos hacer otra cosa más que escrutar la historia con confianza y esperanza. Cristo es como una casa y nosotros estamos dentro y desde las ventanas de esta casa miramos al mundo. Por eso, no nos cerramos en nosotros mismos, no lamentamos con melancolía un pasado que parece dorado, sino que miramos siempre adelante, a un futuro que no es solo obra de nuestras manos, sino sobre todo es una preocupación constante de la providencia de Dios. Con María esperamos a Jesús; digamos con ella las palabras Marana tha, que encontramos en el último versículo de la Biblia: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20). +Braulio, arzobispo de Toledo

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  • Cuarto mandamiento y amor a la patria

    22 noviembre 2017

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Leyendo el Catecismo de la Iglesia Católica, cuando comenta aquello de “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20,12), mi reflexión gira hoy alrededor de cuál es el contenido preciso de este cuarto precepto del Decálogo de Moisés y por qué entran en ese contenido los deberes de los ciudadanos para con su patria. Si pueden, lean el número 2199 de este Catecismo. Sin duda que el cuarto mandamiento tiene por destinatarios directos a los hijos en sus relaciones con sus padres, “porque esta relación es la más universal”. Es cierto, pero cercanas a estas relaciones con los padres están otras, como si fueran derivaciones lógicas de ellas. Por esta razón se contemplan las relaciones de parentesco con otros miembros del grupo familiar: abuelos y demás familiares cercanos, e incluso la relación con los antepasados. Ese número 2199 del Catecismo habla también de deberes de los ciudadanos con otras muchas personas de nuestra sociedad e instituciones, y también con su patria. Y mi pregunta es directa: ¿de verdad sentimos en nuestro tiempo que tenemos deberes para con la patria? Constato que nuestros hermanos hispanoamericanos tienen, en general, ese amor y respeto a su patria, y que les sale del corazón. ¿Es así en España? Pienso sinceramente que entre nosotros el sentimiento de amor a la patria está mucho más atenuado. No digo que no exista, pero de un modo más pragmático y a impulsos. En nuestra historia, por ejemplo, nos cuesta ver la grandeza de nuestros compatriotas y de nuestras cosas y solemos enfrentar unas épocas con otras con un espíritu destructivo. Hay que ahondar hasta otros ámbitos más reducidos: mi pueblo, mi ciudad, mi diócesis, mis colores preferidos, bien sean deportivos o políticos. Aquí sí que se levantan las pasiones. Es triste comprobar cuánto cuesta trabajar por el bien común de nuestro pueblo y la exigua “sociedad civil” son pocas las acciones conjuntas que emprende. Sin embargo, es preciso también advertir que el amor desordenado y soberbio a la “nación” se apoya con frecuencia en una proyección ficticia de la vida y la historia de esa nación, cuyos efectos estamos viviendo en estos meses tan intensos de la vida de España. Pero, si volvemos al Catecismo de la Iglesia Católica, leemos en el número 2339: “Deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la comunidad política”. Tal vez algunos digan aquello de que todos los políticos son iguales y no se preocupan demasiado de la gente. Pero no estoy hablando ahora de este asunto. Sí quiero subrayar, sin embargo, que entre nosotros, los españoles, florece con cierta profusión un componente ácrata, muy idealista, que nos impide tantas veces converger en la realización del bien común. ¿Cómo avanzar en un entendimiento básico de unidad de los que formamos España, sin que se tenga que renunciar a las diferencias legítimas de comarcas, provincias, territorios, países? ¡Qué bien nos vendría a los españoles más sentido práctico y exagerar menos lo que nos diferencia! Esta es una tarea que pido al Señor pueda ser llevada a cabo por nosotros, los españoles catalanes, asturianos, vascos, gallegos, castellanos y leoneses, castellanos y manchegos, madrileños, aragoneses, extremeños, andaluces, valencianos, murcianos, navarros, riojanos, cántabros, baleares y canarios. Cuando he estado alguna temporada larga fuera de nuestro país, sin duda he vivido la experiencia de sentir que cualquier cosa que hablara de España me llamaba rápidamente la atención, y ponerme a la escucha porque algo en mi interior se despertaba. ¿Es eso amor a la patria? Puede ser. Los sentimientos son espontáneos y nos invaden, para crear en nosotros recuerdos y vivencias agradables. También he pensado en ocasiones que los que hemos nacido en España nos cuesta menos llevarnos bien con los compatriotas fuera de nuestra patria que cuando estamos aquí día a día, incluso aunque hubiéramos nacido en diferentes partes de ella. ¿Esa empatía la suscita la nación común donde hemos nacido? Yo no lo descarto. Pero tampoco quiero absolutizar que soy español, porque soy cristiano católico, esto es, universal y el amor de Cristo me une a toda la humanidad, no por moda, sino por las palabras de Cristo, que nos manda amar a todos, también a los que no son “hermanos en la fe”, sin olvidar a “los de casa”. +Braulio, arzobispo de Toledo. Primado de España

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  • No amemos de palabra, sino de obra (1 Jn 3,18)

    16 noviembre 2017

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Al final del jubileo de la Misericordia quiso el Papa Francisco ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres. Era el colofón de ese Año Jubilar. Estamos justamente ante la celebración de la primera Jornada el domingo 19 de noviembre. El Papa ofreció un Mensaje para este día. En él el Santo Padre nos indica cuál es su finalidad, el sentido que tiene este día. No es una Jornada Mundial que lleve consigo una colecta especial. Es una Jornada de concienciación dirigida a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en un signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados, pues somos de Aquel cuya existencia es dar y darse hasta el fondo. Podemos afirmar que el Santo Padre es ambicioso; no se queda en horizontes cortos, está abierto a “lo más“, pues quiere que esta Jornada estimule, en primer lugar, a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, que caracteriza a nuestra sociedad; desea también que hagamos nuestra la cultura del encuentro, del acercamiento. Sabemos que esta orientación del Papa inquieta a muchos, porque piensan que Francisco es un populista más. No le entienden porque hemos perdido el sentido de Pueblo de Dios, que ha de ocuparse de todos sus hijos. Por esta razón vemos que el Papa quiere: “Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad” (Mensaje del Papa para la I Jornada, 13.6. 2017) ¿Cómo argumenta Francisco esta invitación? “Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna”. Así de sencillo y así de rotundo y de una lógica cristiana. Por ello, nos exhorta el Papa a organizar distintos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Llega su Santidad a sugerir que sentemos a nuestra mesa a personas pobres como invitados. Iniciativa también para este domingo 19 de noviembre es la oración para que cambie nuestra mentalidad. Ésta no es una acción individual, sino la acción de una comunidad, que no se deja llevar únicamente de política de mercado. Mientras el mundo actual tiende a desentenderse del pobre y del débil, y busca expandir un consumismo que termina excluyendo a los que menos tienen, vemos que Jesús exige que los pobres sean evangelizados y que les llegue la “buena noticia” (cfr. Is 6, 1-2; Lc 4, 18). Es verdad que pobre no son únicamente de dinero, de recursos, pero también y sobre todo. Por eso la Iglesia, a sus fieles y quienes quieran oírle, anuncia la bienaventuranza de la “pobreza” como virtud que hace descubrir el sentido de la austeridad ante los bienes y la riqueza. La pobreza evangélica impulsa a compartir con alegría lo que se es y lo que se posee, para retener solo lo necesario. Es una propuesta de vida y un ejercicio de libertad de espíritu, como lo hicieron y hacen muchos cristianos inspirados en las palabras de Cristo (cfr. Mt 5, 3; Lc 6, 20). El espíritu de pobreza anunciado y vivido por Jesús corrige dos desmesuras: la avaricia y el despilfarro. Inspira y libera nuestra capacidad solidaria y hace que cada ser humano resulte un dispensador de bienes. La vida es un don y no una propiedad y debemos crecer en la capacidad de ser administradores de bienes que liberen el sufrimiento de tantos, que no podrían salir solos de su situación de pobreza o del umbral de la misma. Son muchas las ocasiones en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándonos contaminar por la mentalidad mundana que encierra la frase “el negocio es el negocio”. Nos conviene, pues, crear esa nueva mentalidad que nos descubre el Papa. Le conviene también a nuestro mundo, que no logra descubrir el origen de tantas guerras, tantos malestares que crean violencia continua, porque la ambición no tiene correcciones y, a la larga, destruye. Esta Jornada Mundial de los Pobres puede ser una ayuda inestimable, para nosotros y nuestra felicidad, pero sobre todo para los más desheredados del mundo. Braulio Rodríguez Plaza Arzobispo de Toledo y Primado de España

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