Actualidad

  • ¿Por qué esas manías?

    4 mayo 2017

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Se extrañaba hace pocos días un médico montañés en un diario de Santander de que Europa rehuyera y evitara el catolicismo; también de la beligerancia que existe contra la Iglesia Católica en la sociedad española. Ciertamente es curioso y sorprendente. Pueda ser que algunos insulten a los miembros de la Iglesia porque piensen que lo que creemos es mentira. De ahí el ataque despiadado y absurdo. ¿No se puede distinguir entre no aceptar lo que decimos y el insulto? ¿Por qué, pues, no insultan a otros credos, aunque no estén de acuerdo con ellos? Algo no funciona en todos estos episodios contra el catolicismo, que hemos visto desfilar en estos meses entre nosotros. A mí no me gustan las injusticias, pero estoy dispuesto a afrontarlas y sin una respuesta con odio, pues el perdón ante la incomprensión e incluso al insulto es la respuesta que dan muchos cristianos perseguidos, por ejemplo, en el Medio Oriente. Y a muchos los matan. Me impresionó un video de la comunidad copta ortodoxa visitada por el Papa Francisco hace apenas una semana. Están cantado y orando, aún con los hermanos que mueren simplemente por ser cristianos. Es el testimonio cristiano contra la ley del talión que Jesús rompió. Pero lo triste es que pueda desaparecer del horizonte de Europa la realidad de la fe cristiana, que no le permita ofrecer más un humanismo extraordinario, basado en los descubrimientos del pensamiento griego, de la ley romana y de la Revelación Divina que está en la raíz de esa fe. Esta síntesis representa un gran progreso que permitió el desarrollo de Europa y su excepcional contribución a la herencia del mundo entero. Sin despreciar nada que se pueda o se deba añadir a ese “suelo nutricio, la fuente de la identidad europea es, sin duda, el amor de Dios para con los hombres, prescindiendo de su confesión, nacionalidad o cualquier otra pertenencia. ¿Habrá, pues, unidad en Europa si no se funda en la unidad del espíritu?” Esa era la pregunta de san Juan Pablo II en 1997, en su visita a la diócesis primada de Polonia, Gniezno. Como recordaba de manera lúcida el Papa Francisco a los líderes europeos en el 60 aniversario de la firma del Tratado de Roma: “Europa no es un conjunto de normas a cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos a seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable”. ¿Ayudarán estos pensamientos para solucionar tantas embestidas gratuitas contra los que formamos la Iglesia Católica? Tal vez no, o quizá sí. Pero nosotros no cesaremos en buscar la verdad y vivir el amor, para que sea posible vivir de otra manera la vida humana. Braulio Rodríguez Plaza Arzobispo de Toledo y Primado de España

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  • ¿A que llamamos Pascua los cristianos? (II)

    28 abril 2017

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Terminábamos la semana pasada explicando qué sucedió el primer día de la semana, cuando las mujeres fueron al sepulcro con ungüentos y encontraron vacío ese sepulcro en el que se depositó el cuerpo de Jesús el viernes rápidamente porque llegaba la “gran fiesta” de Pascua. ¿Y en qué consiste en concreto lo que dice la Iglesia acerca de la resurrección del Crucificado? ¿Cuál es el testimonio que la Iglesia da de la Resurrección de Cristo? En el fondo es un testimonio muy sencillo: ese Jesús de Nazaret que “había pasado haciendo el bien y curando a todos”, el mismo que los hombres mataron clavándolo en una cruz, es el que Dios resucitó al tercer día (cf. Hch 10,38s). En la cruz Dios Padre parecía haber desautorizado a Jesús, hasta arrancarle aquel grito de angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; pero ahora, resucitándolo, el Padre demuestra identificarse con el Crucificado y no con los que en el Sanedrín le condenaron y Poncio Pilato, que decretó su muerte en la Cruz, una ejecución típicamente romana para los insurrectos. Desde ese momento, sólo será posible ver al Crucificado “en la gloria del Padre” y contemplar la gloria del Padre en el rostro del Crucificado. La resurrección es, pues, como un faro enfocado, más allá de la Pascua, sobre la vida terrena de Jesús. La resurrección nos da testimonio de que Jesús no se ha equivocado: con Él, muerto y resucitado, ha llegado el reino de Dios. El fin ya ha empezado; poco importa cuándo se concluirá, si dentro de pocos años, o dentro de miles de millones de años. El sepulcro vacío indica que el cuerpo de Jesús, su cadáver, no ha sido encontrado. No fue robado por los discípulos, como insinuaron ya entonces algunos. El cadáver no pudo mostrarse, porque no existía. Su cuerpo fue resucitado, ocupa un lugar y puede mostrarse. Se “apareció”, esto es “se mostró” a los que Él quiso. Esa aparición no tiene por qué ser para nosotros ahora una aparición con impresión de los sentidos, como ocurrió las veces que Cristo se dejó ver a los Apóstoles, a las Marías y a otros testigos oculares. Podemos, pues, ver y sentir de otra manera, sin aparición sensible de Jesús, y saber a ciencia cierta que Cristo está vivo y me encuentra, mostrándoseme. Y puesto que Cristo ha resucitado, nosotros podemos caminar en esta novedad de vida. Cristo ha resucitado para nuestra justificación, es decir, para causarla. “El Señor pasó, por la pasión, de la muerte a la vida, y se hizo camino a los creyentes en su resurrección para que nosotros pasemos igualmente de la muerte a la vida” (san Agustín, Enarr. In Psal., 120,6). Por eso podemos recoger la enseñanza de san Pablo cuando dice: “Si crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado” (Rom 10,9). De modo que podemos decir como el Apóstol: “Se me apareció también a mí” (1 Cor, 15,8). En Jn 20,19-31 se narra que Jesús, después de la Resurrección, visitó a los discípulos atravesando las puertas cerradas del Cenáculo y les dijo: “¡Paz a vosotros!”. Nuestro Redentor, con un cuerpo de naturaleza incorruptible y palpable, pero en estado de gloria, muestra al incrédulo Tomás las señales de su pasión. Tocando las heridas del Señor, el discípulo dubitativo cura no sólo su desconfianza, sino también la nuestra. De este modo haremos cada vez más familiar y cercano a Aquel que nuestros ojos no han visto, pero de cuya infinita Misericordia tenemos absoluta certeza. Esta es la alegría de la Pascua. Gozadla, hermanos, gozad de ella: tenemos cincuenta días hasta Pentecostés. Ha merecido la pena vivir la Cuaresma para desearos ahora una Feliz Pascua. Santa María, la Bendita Madre del Salvador os consiga del Padre y de Jesucristo el gozo de la Pascua. A la Virgen María, Reina de los Apóstoles, pedimos que sostenga nuestra fe y sostenga la misión de la Iglesia. Cantemos sin cesar “Este es el día que hizo el Señor” (Sal 117,24), el día en que el Espíritu Creador resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya, hermanos. Feliz Pascua. +Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo. Primado de España.

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  • ¿A qué llamamos Pascua los cristianos?

    16 abril 2017

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    ¡Bendito sea nuestro Dios, que ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Señor, de entre los muertos! ¡Feliz Pascua! ¿A qué llamamos Pascua los cristianos? ¿Significa únicamente esta palabra los acontecimientos de la Resurrección, separando a ésta de lo que celebramos en días anteriores, desde el domingo de Ramos? No puede ser. Otros hablan de Semana de Pasión y llegan sólo hasta el Viernes Santo. No, Pascua es sencillamente Cristo, que padece, muere y resucita. Y la resurrección constituye la novedad absoluta, lo no prefigurado, lo inesperado. Para los Apóstoles y para nosotros, Pasión y Resurrección es la verdadera Pascua. Pascua es el día en que celebramos conjuntamente la Pasión y la Resurrección del Señor. La fe de los cristianos consiste en creer en la Resurrección de Cristo. Muerte y Resurrección unidas constituyen, pues, el Misterio Pascual. Pero no como dos momentos yuxtapuestos, que simplemente se suceden, sino más bien como un movimiento, como un paso del uno al otro. Es decir, algo dinámico, que se mueve, ya que consiste en hacernos pasar de la muerte a la vida, del dolor a la alegría. Algo que no se puede detener. Se trata de la pasión y la resurrección que nos salvó en el Bautismo y la Confirmación y nos nutre con la Eucaristía, y que nos salva este día. Por ello una Pascua de pasión sin la resurrección sería una pregunta sin respuesta, una noche que no termina en el alba de un nuevo día; sería fin, en vez de comienzo de todo. Pero la muerte y al resurrección de Cristo sucedió una sola vez; y lo que nosotros hoy celebramos en la Liturgia pascual es la conmemoración de aquel acontecimiento que sucedió aproximadamente entre el año 30 y el 33 de nuestra era. Pero hoy se nos pregunta a los cristianos por parte de los que no tienen nuestra fe: ¿Eso que decís sucedió con Jesús es cierto o es un mito de primavera? ¿Ha resucitado Jesús únicamente en la Liturgia de la Iglesia, en sus ritos, o ha resucitado también en la realidad y en la historia? ¿Ha resucitado porque la Iglesia así lo cree, o ha resucitado y por esto la Iglesia lo proclama? ¿Ha resucitado Jesús, su persona, o ha resucitado sólo su causa, en el sentido puramente metafórico, donde resucitar significa la supervivencia o la reaparición victoriosa de una idea, después de la muerte de quien la ha propuesto? Así se piensa hoy día en nuestra sociedad; y muchos “cristianos” también. Un lamentable error. De modo que no tenemos las cosas claras, pues la realidad de la Resurrección de Cristo afecta a lo esencial de la fe. Y hay que estar seguros y saber que no creemos a tontas y a locas. La respuesta más autorizada a estas preguntas se encuentra ya contenida en el Evangelio: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado! Dicen los Apóstoles, acogiendo a los dos discípulos de Emaús, incluso antes de que éstos puedan contar su experiencia. Los cristianos han hecho de esta frase el saludo pascual: “El Señor ha resucitado”, al que se responde: “¡Es verdad! ¡Ha resucitado!”. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué es lo que ha determinado un cambio tal por el que los mismos hombres que antes habían renegado de Jesús o habían huido, ahora dicen en público estas cosas, fundan Iglesias en nombre de Jesús y, tranquilamente, se dejan apresar, flagelar y matar por Él? Ello nos dan una respuesta a coro: “¡Ha resucitado!” Años más tarde, un sucesor de Poncio Pilato en Judea, el gobernador romano Festo, tiene preso a san Pablo que ha apelado al César; pero no entiende de qué le acusan sus compatriotas. Los puntos discutidos, señala el romano, son cosas referentes a su religión, “y sobre un tal Jesús, ya muerto, que Pablo asegura que vive” (Hch 25,19). Cosa curiosa: en el momento decisivo, cuando Jesús fue capturado y ajusticiado, los discípulos no nutrían espera alguna de una resurrección en Cristo. Ellos huyeron y dieron por concluido el caso de Jesús. Algo debió suceder entonces, en el primer día de la semana, algo que en poco tiempo no sólo provocó el cambio radical de su estado de ánimo, sino que los llevó también a una actividad totalmente nueva y a la fundación de la Iglesia. Este “algo” es el núcleo histórico de la fe de Pascua. Y este suceso tiene que ver también con nosotros. Es algo objetivo, no tiene relación únicamente con algo subjetivo, con lo que yo siento en mi interior, como explican incluso algunos exegetas cristianos, de modo que la creencia hubiera creado el dogma de que Jesús ha resucitado. Necesitamos más tiempo para ahondar en el hecho fundacional de la Iglesia: la Resurrección de Jesús. Seguiremos en la semana próxima. +Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo. Primado de España.

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