Solemnidad de San Ildefonso
23 enero 2017
Homilía del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza
Hermanos: Estamos en la fiesta de nuestro santo, Patrono de la Diócesis y de la ciudad de Toledo. Él es una figura grande, extensa, conocida, atrayente. Lo primero que quisiera destacar es que, para san Ildefonso, y quiera Dios que como para nosotros, ser santo no es una profesión de minorías. El santo no es superhombre o mujer; es hombre real, porque sigue a Dios y, en consecuencia, al ideal para el que fue creado su corazón y del que está hecho destino. Desde el punto de vista ético, todo esto significa “hacer la voluntad de Dios”, pero en una humanidad que, sin perder su condición humana, ha experimentado un cambio en su persona. Es aquello que decía san Pablo: “Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). Vivir el misterio de la comunión con Dios en Cristo nos enseña, pues, a ver las cosas a través de un valor único, gracias al cual todos los juicios y nuestras decisiones tienen su origen en una única medida. Es decir, la figura del santo se caracteriza por un amor a la vida -obra de Dios-, en un abrazo consciente y leal de sus condiciones existenciales. El santo no necesita olvidar o negar nada, y mucho menos la muerte, para afirmar apasionadamente su propia vida. ¡Qué distintos son los héroes de una acción moral puramente racional y el santo cristiano! ¡Qué diferencia de verdad humana, es decir, de seriedad y comprensión de los valores humanos, de realismo y positividad ante la experiencia de la muerte, prueba suprema de la humanidad! Por ejemplo, Sócrates, cuando va a morir, está sereno porque se libera del peso del cuerpo y huye así de un mundo tan condicionado y condicionante. Sin duda admirable. Pero ante esta falta de perturbación llamaríamos “laica” del gran filósofo ante la muerte, será admirable, pero no nos llena. Sentimos, por el contrario, la entereza humana de la confesión del protagonista del Diario de un cura rural de G. Bernanos: “Yo ante la muerte, no intentaré hacerme el héroe o el estoico. Si tengo miedo diré: tengo miedo; pero se lo diré a Jesucristo”. Es verdadera, por tanto, la imagen de Jesús de Nazaret que, ante la muerte, como relata el Evangelio, “empezó a sentir miedo y tristeza”, y pidió no pasar por el trance de morir a su Padre. Pero la fuerza del Justo, de Jesucristo, le hizo abrazar hasta el fondo el tremendo rostro del significado bueno y eterno de sus palabras: “Pero hágase tu voluntad, no la mía”. Quiero deciros, hermanos, que el santo es el hombre que más aguda y dramáticamente experimenta la fragilidad natural del ser humano y la conciencia de pecado. Por eso, un santo o una santa la sentimos tan cerca de nosotros. Es el caso de san Ildefonso, porque nos sigue diciendo hoy que solamente la compañía del Hijo del Dios, que ha entrado en la historia, puede dar a la vida humana la capacidad de una realización adecuada a su destino. Saben bien que la figura de san Ildefonso en el siglo VII es eminente. Si en el saber le superó san Isidoro de Sevilla, san Ildefonso, Patrón de Toledo, ha pasado a la historia de nuestro pueblo como el más conmemorado en las artes, ya sea en arquitectura, en escultura y en la pintura, en esa hermosa repetición por doquier de la escena en que la Virgen regala al santo el regalo de la casulla. También en las letras, desde los mismos inicios del castellano con Gonzalo de Berceo en el siglo XIII a Lope de Vega, Calderón en el siglo de Oro. Es verdad que, para recordar su vida, no poseemos abundancia de muchos datos. Su primera biografía, el Elogio, se debe a san Julián de Toledo, contemporáneo suyo y segundo sucesor en la sede toledana. Se recuerda como “un río de elocuencia tan digno de alabanza como esclarecido por sus muchas virtudes. Temeroso de Dios, religioso, propenso a la compunción, de andar grave, porte honesto, muy paciente, tenaz en la guarda de los secretos, sumo en sabiduría, sutil en la disputa, brioso en el decir, muy fecundo en la palabra y tan extraordinario en la elocuencia, que, al disertar, se hubiera dicho que no era Ildefonso, sino Dios quien hablara por él”. Sin duda este lenguaje de san Julián suena a ampuloso, pero el elogio se debe a alguien que lo conoció personalmente. Es, pues, el más vivo retrato que podemos ofrecer de su personalidad. Fue un escritor relevante, además de desplegar una actividad pastoral ampliamente reconocida. Sus escritos tuvieron una importante influencia en la vida cristiana de la Iglesia de entonces y en épocas posteriores. Juan Pablo II, en su visita a Zaragoza en 1982, mencionó la importante obra de san Ildefonso “De la perpetua virginidad de Santa María contra los infieles”. Y resalta el hecho de que “la primera gran afirmación mariana española haya consistido en una defensa de la virginidad de María”. Para nosotros, desde entonces, María es la Virgen. Con la Virgen, san Ildefonso mantiene, como bien sabemos, una relación muy especial. ¡Qué bien lo expresa Berceo, en uno de sus “milagros”!: Aparecióle la Madre del Rey de Magestad con un libro en mano de muy gran claridad: el que él había hecho de la virginidad…” dióle una casulla sin aguja cosida obra era angélica, no de hombre tejida… Podemos confiar en san Ildefonso; es de fiar como intercesor de nuestra Diócesis y de nuestra ciudad. Agradecemos a Dios por este gran confesor: “Los hombres rectos son guiados por su integridad, los pérfidos son destruidos por su propia malicia. Reunidos con él hoy, congregados en el nombre de Jesucristo, estamos seguros de que Él, el Señor, está en medio de nosotros. San Ildefonso “no defraudó la esperanza que manifestaba en sus riegos de ver gozoso en el cielo al que confesaba en la tierra con el corazón y los labios… Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que también nosotros podamos consolar a los que se encuentren en cualquier aprieto…. Él fortalece y nos defiende con las armas de la justicia y el escudo de la salvación, porque necesitamos mucho de la virtud de la fortaleza. Se piensa que Ildefonso significa “preparado para el combate”, cuando lleguen las adversidades” (Misa san Ildefonso, Illatio). Pienso que la virtud de la fortaleza ha perdido vigencia entre nosotros. Os esforzamos poco en el combate de la fe, que no tiene por qué dirigirse hacia los demás, sino a lo que nosotros sentimos y somos. No se trata de ser temerarios, pero sí de no estar constantemente transigiendo con situaciones y olvidando que somos testigos más con los hechos que con las palabras, en toda una serie de situaciones donde a los cristianos se nos tiene que ver. Es buen día para pedir tantas cosas para nuestra sociedad toledana, por sus autoridades, por el bien común, por mejorar en amor, justicia, caridad, por un horizonte amplio y no estrecho, más generoso con los problemas reales. Podemos invocar la piedad de Dios y su clemencia derramada en san Ildefonso para todos nosotros. Por qué no pedir: “Padre clementísimo, quisiéramos que recibas con agrado la solemnidad que hoy hemos celebrado en honor de tu santo confesor Ildefonso” (Cfr. Misa de san Ildefonso, Compleuria). La bendición apostólica al finalizar la Eucaristía nos muestra nos recordará la misericordia grande del Señor. Amén.
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