Celebrar el día del Seminario
15 marzo 2017
Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza
¿Qué sería de nuestras ciudades y pueblos sin cristianos? Es bueno hacerse esta pregunta, porque esa pregunta lleva inmediatamente a otra más inquietante: ¿Cómo serían nuestras ciudades y nuestros pueblos sin la presencia de Cristo, el Señor, sin huellas de su existencia, sin imágenes, sin Evangelio predicado y vivido por sus discípulos, los cristianos? ¿Nada ocurriría? ¿Podrían, además subsistir las comunidades cristianas sin esa presencia de Jesús, que nos llega por la celebración de los sacramentos, que posibilitan su presencia en los más pobres, su vida comunicada cuando leemos la Escritura y celebramos la Eucaristía? Sin Cristo no hay Iglesia. No es posible. El servicio de Jesucristo a la humanidad es imprescindible, pero no se dará sino es en la Iglesia, en el Pueblo de Dios, en la Esposa de Cristo… Y sin el ministerio sacerdotal que reciben el obispo, los presbíteros y los diáconos. En ese caso, ¿qué importancia damos a la existencia del Seminario Menor y Mayor? ¿Nos interesa su existencia, como comunidad cristiana donde se acompaña a crecer en el seguimiento de Jesucristo a los que, hoy seminaristas, servirán al resto del Pueblo de Dios, fieles laicos y consagrados? ¿Qué lugar ocupa el Seminario en el corazón o el interior de los fieles católicos? Es una obra increíblemente bella la que se lleva a cabo en el Seminario, en ese proceso de discernir, acompañar, ayudar a los adolescentes y jóvenes, que durante unos cuantos años se preparan allí, porque han recibido una llamada (vocación) de Jesús para ser sacerdotes para los demás. Pero es tarea que no debe dejar indiferentes a quienes les importa Jesucristo y su Iglesia. Se subraya este año una meta que han de conseguir los seminaristas: estar cerca de Dios y de los hermanos, los demás miembros de la Iglesia. Este anhelo, esta meta a alcanzar nace de la fuente de la que mana el sacerdocio de Jesucristo, sumo Sacerdote misericordioso con los hombres y fiel al Padre de los cielos. Los sacerdotes o nos identificamos con Cristo, en nuestro amor al Padre y a nuestros hermanos, con los que formamos la Iglesia, o no somos nada o algo muy mediocre. La cercanía a Dios, el encuentro con Él, la intimidad con el mismo Cristo hará al sacerdote cercano a hombres y mujeres con los que convive y no “preocuparse por lo suyo”. Los sacerdotes son los hombres de la Iglesia porque aman a Dios, y crean sentido de familia. ¡Cuánto se necesita una Iglesia que vaya creando un nuevo concepto de humanidad! Sería, pues, absurdo pensar que puede haber un buen Seminario sin familias cristianas, sin fieles laicos y consagrados que sepan de Evangelio y de amor, sin oración por las vocaciones y sin implicarse en el sostenimiento también económico del Seminario. “¡Queremos buenos curas!”, escucho en mi visita a las comunidades, que estén cercanos y sepan de Cristo y del Padre de los cielos. Pues, ¡manos a la obra! Que es tarea de todos y con todos. Si los que formamos la Diócesis de Toledo creemos que la tarea del Seminario es de unos pocos, estamos perdidos. La indiferencia de los fieles por su Seminario suele convertirse en desplome en el número de vocaciones. Y no podemos permitirlo, pues seríamos infieles a Cristo. Dios no lo permita, pero tampoco deberíamos permitirlo nosotros, los que formamos la Iglesia de Toledo. Seríamos tachados de negligentes. La preocupación por el Seminario Mayor y Menor debe ser efectiva. Es, a la vez, tarea sencilla y obra de bolillos, que entre todos hemos de ir tejiendo. Rezad al Señor y a la Virgen bendita por los que están preparándose para ser sacerdotes del Señor, para que, imitando a Cristo, vivan su entrega cada día y se dispongan con un corazón de pastor a estar cerca de Dios y cerca de los hermanos, los demás cristianos, y aún de todos los hombres y mujeres. Braulio Rodríguez Plaza Arzobispo de Toledo y Primado de España
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