Actualidad

  • Decisión y ánimo

    7 diciembre 2016

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Estas dos palabras apuntan al corazón humano, a la hora de vivir la vida de testigo de Jesucristo. Las necesitamos para que, siempre con la gracia de Dios que precede y culmina nuestra acción, el bien común se difunda a todos los demás. Cercana la Navidad, quiera Dios que nuestras persona estén implicadas en el testimonio de Jesucristo que llega, y preparemos su llegada sin conceder nada a cuando de pagano se adhiere a Navidad. Esta fiesta cristiana es, sin duda, el inicio del misterio pascual de Jesucristo y se centra en Él que nace y que vendrá al fin de los tiempos. Pero los discípulos de Cristo, sobre todo los fieles laicos, han de tener también decisión y ánimo en la sociedad en la que viven, pues su presencia creyente sirve para mejorarla, sin duda. Precisamente la esperanza es decisión y ánimo de cara al futuro, siempre poblado de posibilidades y de inquietudes. Ahora que se ha normalizado la actualidad pública del Gobierno de España y del Parlamento, pueden darse condiciones para caminar esperanzadamente de cara a ese futuro inmediato. Pero sería importante que se dieran algunas condiciones. A ellas aludía el Presidente de la Conferencia Episcopal Española en su discurso de apertura de la CVIII Asamblea Plenaria (21-25 noviembre de 2016). “La esperanza y el pasado no se pueden separar”. Algo muy cierto, porque en nuestra historia como nación hay motivos para la humillación y para la gloria. Muchas cosas debemos recordar para corregirnos; es razonable. Pero lo es igualmente que nos sintamos legítimamente orgullosos de muchos hechos y acontecimientos de nuestra historia, reciente y antigua. ¿Por qué participar de esa tendencia tan española de sentir que hay que empezar de nuevo cada cierto tiempo, arrasando con todo lo anterior porque los que lo hicieron lo hicieron todo mal y tiene que desaparecer? La corrupción con tantas personas implicadas y los diversos focos de contaminación ha degradado el servicio público. Es cierto: la falta de honradez causa irritación. Es así realmente, pero hay un modo de salir de esta situación: que cedan los partidismos en favor del bien común. Dejemos de ser maniqueos. Si deseamos reformar importantes proyectos fundamentales, todos debemos converger para el bien del interés general. Están en juego muchas cosas. Decía hace bien poco el Papa Francisco: “Si no hay diálogo habrá gritos”. Y el diálogo en nuestra sociedad supone compartir una historia, tener planteados unos problemas comunes y buscar entre todos su respuesta, pero sobre la base de formar parte de la misma sociedad. Ha sido esta misma sociedad la que se ha dado unas leyes fundamentales. Las legítimas diversidades, y el respeto a ellas, necesita una amplia y fundamental base compartida y no rupturas que no se entenderían. Es una tentación constante en España pensar que no tenemos remedio. Nosotros, como católicos hemos de tener el debido respeto a nuestros conciudadanos, a sus opciones legítimas. Pero también es legítimo decir que Dios y el hombre no son competitivos. Y nos parece desacertado afirmar que Dios debe ser excluido del horizonte mental para que el hombre actúe con responsabilidad de adulto. La obediencia a la Ley de Dios no lleva consigo la humillación del hombre, mientras que el olvido de Dios repercute negativamente en la vida personal y social de los hombres. Por ello, los cristianos subrayamos la dignidad de la persona, centro y sentido de las instituciones; el respeto a la vida de las personas en todo el recorrido de su existencia desde su generación hasta su muerte; la educación en la verdad y la libertad; la familia como ámbito humanizador fundamental. La familia vence la soledad y de su salud depende en gran medida la salud de la sociedad. Son verdades que se contienen en lo que Dios nos ha revelado. Para nosotros queda como señal de nuestra pertenencia a Cristo las palabras del Señor: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y mi visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36). Como ha recordado el Papa Francisco en su última carta apostólica “Misericordia et misera”: “En una cultura frecuentemente dominada por la técnica, se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas, entre ellas muchos jóvenes… Se necesitan testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales” (n. 3). Es una buena razón para decidirnos y animarnos a vivir la Navidad. Braulio Rodríguez Plaza Arzobispo de Toledo y Primado de España

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  • El Reino de Dios está dentro de vosotros

    1 diciembre 2016

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Muy saludable es para los cristianos meditar en Adviento y el sentido que éste tiene hoy para nosotros. “Adviento” es venida: celebración de la venida de Jesús en carne mortal (Navidad) y preparación para la segunda venida del mismo Jesús, Señor, en el horizonte de la vida de cada uno de los cristianos y al final del tiempo. Se dice que el horizonte es una línea imaginaria que se aleja cuando más cercana parece. Pero yo no puedo presentar de esta manera la llegada del reino de Dios, ni la de Cristo en su última y definitiva venida. Pero, ¿tenemos signos de cuándo será esa llegada? Es verdad que, en dos mil años, el Cristianismo ha llegado a todas las partes del mundo, pero esta llegada de la sociedad cristiana o de los cristianos en todo el planeta a cualquier sociedad humana no se puede identificar con el Reino de Dios prometido por Cristo, que está, principalmente, en el corazón de los hombres. Sin embargo, en el corazón solo Dios ve. Por eso, evitaremos siempre los dos extremos: quejarnos de los pocos cristianos verdaderos que hay hoy en el mundo o presumir demasiado de lo grande que es la Iglesia Católica, con más de mil doscientos millones de bautizados. Estamos ante el misterio de Dios; solo sabemos que Dios quiere salvar a todos, pero ignoramos cómo y cuándo. La verdades de fe siempre tienen dos aspectos, o, si queremos, dos puntos de vista desde dónde contemplarlas y que se complementen mutuamente. Así es también en esta verdad del reino de Dios que llega con la venida de Cristo. En primer lugar, el reino de Dios es interior, invisible; pero Dios invisible, por otro lado, se manifiesta también exteriormente. Queremos decir que la revelación de Dios en la tierra es la Iglesia y el Espíritu Santo está entre nosotros. En el Concilio Vaticano II se discutió largamente si la Iglesia interior, invisible, se identifica con la institución eclesiástica que vive en la sociedad actualmente. Este fue un engorroso problema en la época de la Reforma protestante. Los padres conciliares establecieron que la realidad invisible es incomparablemente más rica y más perfecta. Pero la organización exterior, la liturgia, los signos sagrados, nos introducen en la unión con Cristo: cuando, por ejemplo, oramos juntos y participamos en la Eucaristía somos conscientes de que Dios está entre nosotros, para que se realice su Reino en el cielo y en la tierra, empezando por nuestro corazón. Ahora, durante la celebración litúrgica, Él viene a nosotros sobre el altar pero, un día, vendrá en la plenitud de su gloria. Los predicadores siempre hablan de ese día como el día del juicio, para empujar a la conversión y a la penitencia. Ese día habrá condena del mal, y significa la victoria del bien y, por eso, los primeros cristianos esperaban con ansia ese día; pero igualmente lo esperan los cristianos de todos los tiempos. ¿También nosotros ahora lo seguimos esperando? Tal vez con mucha menos intensidad. Ellos oraban, como nos dice el NT pidiendo: “Marana tha, ven Señor Jesús” (1 Cor 16,22), y tenían como muy cierto que Jesús, en el libro del Apocalipsis, contesta: “Mirad, yo vengo pronto y traeré mi recompensa conmigo para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Ap 22,12-13). “Sí, yo vengo pronto. Amén. ¡Ven, Señor Jesús!”. Son las últimas palabras de la Biblia. Sobre esta venida, he aquí las palabras de un gran predicador cristiano: “Esta es la diferencia entre la Escritura y el mundo. Si juzgáis por la Sagrada Escritura esperaréis siempre a Cristo; si juzgáis por el mundo, no le esperaréis nunca. El hecho es que, pronto o tarde, debe venir algún día. Los hombres mundanos se burlan ahora de nuestra incapacidad para discernir su venida. Pero, cuando Él venga, ¿de quién será la falta de juicio?, ¿de quién será la victoria? ¿Y qué piensa el Señor de esta burla de ahora? Nos previene expresamente, a través de su apóstol, contra quienes se burlan y dicen: ¡A dónde fue a parar la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los padres todo sigue como al principio de la creación…” Pero una cosa no podéis ignorar, queridos míos –continúa san padre-: que ante el Señor un día es como mil años y mil años como un día (2 Pe 3,4-8)” (J. Henry Newman, Esperando a Cristo, Madrid 2016, p.93) +Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo

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  • La herencia espiritual del XXV Sínodo Diocesano

    24 noviembre 2016

    Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza

    Estamos en las fechas en que hace 25 años, el Cardenal Marcelo González Martín firmaba las Constituciones Sinodales de este Sínodo toledano, que muchos vivisteis y, de muchos modos, hicisteis. Por aquellas mismas fechas rondaba en mi cabeza la idea de un Sínodo diocesano en Osma-Soria, que apenas empecé años después y no pude acabar por mi traslado a la Iglesia de Salamanca. Puedo entender por ello de algún modo la experiencia que tuvisteis. También pensaba entonces, tras más de 25 años de celebrado el Concilio Vaticano II, que era tiempo propicio para que todo el Pueblo de Dios intentara tener una experiencia de fe de una Iglesia que revisa su “hoy” y “aquí”, con lo que esto entraña de conversión personal e institucional (también conversión pastoral decimos hoy). Vosotros, con el Pastor diocesano, tal vez veíais igualmente la necesidad de poner en práctica la visión de Iglesia que surge del Vaticano II (eclesiología): una Iglesia que vive la comunión y se siente responsable de su marcha, viviendo la gracia de Dios en las diferentes vocaciones y carismas. Por lo que he leído sobre el XXV Sínodo Diocesano, por ahí transcurrieron las cosas en la preparación (1986-1990), con sus diferentes fases: el trabajo presinodal, con sus etapas. La celebración de los trabajos sinodales con su apertura el 20 de enero de 1990; la redacción del documento final, la última votación definitiva de acuerdos del Sínodo y, sobre todo, la solemne clausura el 23 de noviembre de 1991; toda esta actividad creó el espíritu sinodal, la manera de vivir y trabajar apostólicamente para el futuro. Me parece que es el aliento que nosotros reconocemos hoy en las Constituciones Sinodales. Es una vida, una gracia del Espíritu. Una vida que ha permitido a esta Iglesia desplegar el ejercicio de la corresponsabilidad, de amor a la Iglesia, el amor hacia los que juntos recorristeis estas etapas del Sínodo, aunque surgieran, como es lógico, pequeñas tensiones, limitaciones y debilidades. Permitidme aconsejaros releer las Constituciones Sinodales, sobre todo, para comprobar cómo este Sínodo marcó la marcha de la Iglesia de Toledo. También para renovar ese talante Sinodal que nos aparta de “particularismos”. ¿Quién duda que del Concilio Vaticano II y de este Sínodo han surgido la manera de trabajar en nuestras comunidades parroquiales, nuestros grupos y movimientos, nuestros Planes de pastoral, el que ahora queremos llevar adelante? A mí me gusta reflexionar sobre la historia de la Iglesia y veo tantas cosas que el Espíritu Santo ha hecho en nosotros y con nosotros, que siento un profundo agradecimiento a los Arzobispos que me precedieron, a tantos y tantos que trabajasteis en el Sínodo. En la Iglesia una generación lleva a la otra en sus hombros para ir adelante unos y otros. Del mensaje final del Sínodo subrayo estas palabras hermosas, que tanto nos alientan: “El Señor Jesús… nos impulsa ahora a, dejándonos llevar a su Espíritu, dirigimos a todos los miembros del Pueblo de Dios nuestra Diócesis de Toledo y a todos los que, aunque no compartáis la misma fe con nosotros, vivís preocupados por el hombre concreto que en nuestra sociedad trabaja y participa de las alegrías y sinsabores que cada día nos ofrece. A todos vosotros os dirigimos, en nombre del Señor, una palabra de esperanza gozosa… Unos y otros hemos oído hablar de Jesucristo. Pertenece su figura a la cultura en el seno de la cual hemos nacido. Y, por eso, lo tenemos como algo propio. Reconocemos con grandeza de ánimo lo que a lo largo de nuestra historia ha representado su Evangelio y su propia persona”. Entonces, hace veinticinco años como ahora, mostramos un tesoro que deseamos compartir y ser una Iglesia que está al servicio de hombres y mujeres evangelizando, que no es hacer proselitismo, abiertos a la esperanza. Ayer como hoy nuestra Iglesia han de preocuparle las situaciones concretas de sufrimiento de tantas personas: enfermedades, paro, matrimonios y familias desestructuradas, sobre todo, por el divorcio, niños abortados o viviendo en condiciones inaceptables, jóvenes sin ilusión, a veces rotos por la droga y otras adicciones, ancianos no queridos o abandonados. Un cristiano –acaba de decir el papa Francisco- no es tal, si ante un pobre vuelve la cabeza y se desentiende de él. Hoy como ayer, tenemos urgencia de evangelizar, de llevar a los demás la alegría del Evangelio, saliendo a las periferias geográficas o personales. Hoy como ayer, debe haber menos “clases pasivas” en nuestra Iglesia. Todos corresponsables en las tres grandes acciones eclesiales: el crecimiento de la fe y su transmisión a las nuevas generaciones por medio de Escritura Santa y el kerigma, la catequesis y la profundización en lo que contiene nuestro Credo; el ejercicio del sacerdocio de Cristo en la Liturgia cristiana; y en la función real, que es la caridad, la justicia, la fraternidad que nos ha traído Cristo, la participación en la vida pública y en la mejora y cuidado de la tierra y del mundo. Santa María el Sínodo, muéstranos a Jesús y ayúdanos a hacer lo que Él nos dice aquí y ahora. Braulio Rodríguez Plaza Arzobispo de Toledo y Primado de España

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