El Reino de Dios está dentro de vosotros

Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza
Muy saludable es para los cristianos meditar en Adviento y el sentido que éste tiene hoy para nosotros. “Adviento” es venida: celebración de la venida de Jesús en carne mortal (Navidad) y preparación para la segunda venida del mismo Jesús, Señor, en el horizonte de la vida de cada uno de los cristianos y al final del tiempo. Se dice que el horizonte es una línea imaginaria que se aleja cuando más cercana parece. Pero yo no puedo presentar de esta manera la llegada del reino de Dios, ni la de Cristo en su última y definitiva venida. Pero, ¿tenemos signos de cuándo será esa llegada?
Es verdad que, en dos mil años, el Cristianismo ha llegado a todas las partes del mundo, pero esta llegada de la sociedad cristiana o de los cristianos en todo el planeta a cualquier sociedad humana no se puede identificar con el Reino de Dios prometido por Cristo, que está, principalmente, en el corazón de los hombres. Sin embargo, en el corazón solo Dios ve. Por eso, evitaremos siempre los dos extremos: quejarnos de los pocos cristianos verdaderos que hay hoy en el mundo o presumir demasiado de lo grande que es la Iglesia Católica, con más de mil doscientos millones de bautizados. Estamos ante el misterio de Dios; solo sabemos que Dios quiere salvar a todos, pero ignoramos cómo y cuándo.
La verdades de fe siempre tienen dos aspectos, o, si queremos, dos puntos de vista desde dónde contemplarlas y que se complementen mutuamente. Así es también en esta verdad del reino de Dios que llega con la venida de Cristo. En primer lugar, el reino de Dios es interior, invisible; pero Dios invisible, por otro lado, se manifiesta también exteriormente. Queremos decir que la revelación de Dios en la tierra es la Iglesia y el Espíritu Santo está entre nosotros.
En el Concilio Vaticano II se discutió largamente si la Iglesia interior, invisible, se identifica con la institución eclesiástica que vive en la sociedad actualmente. Este fue un engorroso problema en la época de la Reforma protestante. Los padres conciliares establecieron que la realidad invisible es incomparablemente más rica y más perfecta. Pero la organización exterior, la liturgia, los signos sagrados, nos introducen en la unión con Cristo: cuando, por ejemplo, oramos juntos y participamos en la Eucaristía somos conscientes de que Dios está entre nosotros, para que se realice su Reino en el cielo y en la tierra, empezando por nuestro corazón.
Ahora, durante la celebración litúrgica, Él viene a nosotros sobre el altar pero, un día, vendrá en la plenitud de su gloria. Los predicadores siempre hablan de ese día como el día del juicio, para empujar a la conversión y a la penitencia. Ese día habrá condena del mal, y significa la victoria del bien y, por eso, los primeros cristianos esperaban con ansia ese día; pero igualmente lo esperan los cristianos de todos los tiempos. ¿También nosotros ahora lo seguimos esperando? Tal vez con mucha menos intensidad. Ellos oraban, como nos dice el NT pidiendo: “Marana tha, ven Señor Jesús” (1 Cor 16,22), y tenían como muy cierto que Jesús, en el libro del Apocalipsis, contesta: “Mirad, yo vengo pronto y traeré mi recompensa conmigo para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Ap 22,12-13). “Sí, yo vengo pronto. Amén. ¡Ven, Señor Jesús!”. Son las últimas palabras de la Biblia.
Sobre esta venida, he aquí las palabras de un gran predicador cristiano: “Esta es la diferencia entre la Escritura y el mundo. Si juzgáis por la Sagrada Escritura esperaréis siempre a Cristo; si juzgáis por el mundo, no le esperaréis nunca. El hecho es que, pronto o tarde, debe venir algún día. Los hombres mundanos se burlan ahora de nuestra incapacidad para discernir su venida. Pero, cuando Él venga, ¿de quién será la falta de juicio?, ¿de quién será la victoria? ¿Y qué piensa el Señor de esta burla de ahora? Nos previene expresamente, a través de su apóstol, contra quienes se burlan y dicen: ¡A dónde fue a parar la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los padres todo sigue como al principio de la creación…” Pero una cosa no podéis ignorar, queridos míos –continúa san padre-: que ante el Señor un día es como mil años y mil años como un día (2 Pe 3,4-8)” (J. Henry Newman, Esperando a Cristo, Madrid 2016, p.93)
+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo