Del malestar a la acogida de Dios en Navidad

Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza
A poco que hayamos conocido el de vivir la vida y la fe cristiana en nuestra sociedad del bienestar, caemos en la cuenta de que a nosotros, si comparamos cómo la viven en África o en lugares de Latinoamérica, nos falta la sencillez de una fe arraigada en la vida en común, capaz de sostener las penalidades y sufrimientos de tantas privaciones. Sin duda que es diferente a esta fe, muchas veces atormentada y problematizada, que conocemos entre tantos de nosotros, los católicos españoles. La alegría de la fe en las personas, especialmente en los niños, no es fácil percibirla en nuestra sociedad. No quiero con esta afirmación decir que volvamos a la precariedad de vida de los países de África o América, que es sin duda injusta.
Pero es necesario aprender y cambiar el corazón. Nuestra cultura ha perdido el camino y no encuentra remedios eficaces para recuperarse. Llegamos a poner en duda los frutos de la civilización que nos vio nacer. ¿Qué nos pasa a los europeos? Y, de manera singular, ¿qué nos pasa a los cristianos europeos? Será difícil guiar por “los caminos del bosque” de nuestra sociedad, pero no podemos seguir en una sociedad del mero espectáculo o de un consumismo rampante. Porque el malestar que sentimos no se puede explicar limitándose a los factores económicos de la crisis, aunque haya sido grave en los últimos años. Ahí está, por ejemplo, la caída dramática de la natalidad y las dificultades crecientes para integrar la emigración. ¿Y qué decir de los fundamentalismos y los populismos?
¿En qué consiste esa pérdida de confianza ante la propia experiencia de vida? En que no conseguimos que el conocimiento de nosotros mismos, de los demás y del mundo conserve su carácter de signo del fundamento, de ese misterio al que todos llaman Dios. Que no tenemos gramática para leer lo que la realidad nos dice. Y así se pone en peligro la razón, la libertad y la misma realidad. Se encienden las alarmas de peligros que nos acechan. Es la dimensión antropológica (lo que somos como hombres y mujeres) y religiosa la que nos está fallando para que haya una válida convivencia y una paz en nuestra sociedad.
¿Quién ha fallado? Tal vez, todos. Por lo que se refiere a los cristianos, ya dijo Juan Pablo II que “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida” (Juan Pablo II, discurso el 16 de enero de 1982). El Papa con esto no quería decir que la fe se diluya hasta trocarse en mera cultura; reivindica la capacidad de la fe para modificar a fondo lo que mueve a la gente a un modo concreto de vivir y pensar las grandes cuestiones que afectan a la vida. Para superar nuestras dificultades necesitamos comprender el cristianismo y la fe cristiana de modo que sintamos que Cristo es un acontecimiento que nos ha sucedido y nos sucede; y además que esta fe en Jesús tiene una racionalidad propia de este acontecimiento singular de la historia que es la aparición del Hijo de Dios en ella, su nacimiento.
El anuncio cristiano, pues, tiene la pretensión de suscitar una “novedad inaudita, que da a la vida un horizonte nuevo y con ello una decisión decisiva”. Son aquellas famosas palabras de Benedicto XVI, que retoma el Papa Francisco en “La alegría del Evangelio”, n. 7: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).
Podemos vivir la celebración de la Navidad desde este horizonte: no es algo que sucedió y su eco ha ido perdiéndose en el transcurso del tiempo; es el misterio del acercamiento y salvación de la humanidad, que comienza con el nacimiento de Jesús. Toda una caricia de ternura de Dios Padre, que realiza un intercambio con nosotros inaudito y asombroso. Es su Venida, preludio de la que sucederá la final de los tiempos, pero que ya ha comenzado de un modo misterioso. Gocemos en ella. Feliz Navidad.
Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo y Primado de España