Cantar la Navidad

Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza
“Hay que cantar la Navidad”, oíamos de pequeños, cuando pedíamos el aguinaldo y nos lanzábamos con nuestras voces a entonar los villancicos que conocíamos, que no eran pocos, algunos de los cuales, recuerdo, tenían letras muy teológicas que unían la Navidad a la Semana Santa, el nacimiento de Jesús a su muerte. Hoy también la gente canta en Navidad, pero menos y, en menor proporción, villancicos navideños. En ocasiones incluso he escuchado que para qué cantar si en nuestro mundo hay dolor, guerra, desamor, egoísmo, persecución por odio. Además, existen aquellos que la Navidad les trae nostalgia o recuerdos de seres queridos que ya no están. Pero hay que cantar. Veamos razones para ello.
El evangelio de la Misa de Medianoche (Misa del gallo) nos relata al final que una multitud de ángeles del ejército celestial alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). La Iglesia ha amplificado en la Gloria esta alabanza, que los ángeles entonaron ante el acontecimiento de la Nochebuena, haciéndola un himno de alegría sobre la gloria de Dios: “Por tu inmensa gloria, te alabamos, te bendecimos, te damos gracias…”. Sí, hermanos, damos gracias a Dios por su belleza, por su grandeza, por su bondad, que en esta noche se manifiesta. La aparición de la belleza, de lo hermoso, nos hace alegres, sin querer preguntarnos por su utilidad. Estamos cansados de hacer cosas meramente útiles, eficaces… y nada más. La gloria de Dios, de la que proviene toda belleza, hace saltar en nosotros el asombro y la alegría.
Quien vislumbra a Dios siente alegría, y en esta noche vemos algo de su luz. Sin duda. Pero el mensaje de los ángeles habla también de los hombres a los que se desea la paz. ¿Qué hombres? “Paz a los hombres que Dios ama”. Pero san Jerónimo tradujo esta frase del griego de otro modo: “Paz a los hombres de buena voluntad”. ¿Con cuál nos quedamos? Leámoslas juntas para entender mejor. Sería, por ejemplo, equivocada una interpretación que entendiera que en Navidad solamente se da el obrar de Dios, como si Él no hubiera llamado al hombre y la mujer a una libre respuesta de Dios. Pero también errónea la interpretación moralizadora, según la cual, el ser humano podría con su buena voluntad redimirse a sí mismo. Ambas cosas van juntas: gracia y libertad; el amor de Dios, que nos precede, y sin el cual no podríamos amarlo, y nuestra respuesta, que Él espera y que incluso nos ruega cuando nace su Hijo.
El entramado de gracia y libertad, de llamada y respuesta, no lo podemos dividir en partes separadas una de otra. Las dos están indisolublemente entretejidas entre sí. ¿Saben por qué? Porque esta palabra es promesa y llamada a la vez. Dios, en efecto, nos ha precedido con el don de su Hijo. Una y otra vez, nos precede de manera inesperada. Pero no deja de buscarnos, de levantarnos cada vez que lo necesitamos. No abandona a la oveja extraviada en el desierto en que se ha perdido. Dios nos e deja confundir por nuestro pecado. Él siempre vuelve a comenzar con nosotros. Sin embargo, espera que amemos a los demás con Él. Nos ama para que nosotros podamos convertirnos en personas que aman junto con Él, y haya así paz en la tierra. Paz que falta y que es necesaria. Amor que falta, como falta justicia, como falta acercarnos al caído, al más pobre y abandonado, como sobran juicios duros sobre las personas.
Curiosamente san Lucas no dice que los ángeles cantaran: solamente que el ejército celestial alababa a Dios. Pero los hombres siempre han sabido que el habla de los ángeles es diferente al de los hombres; que precisamente en esta noche del mensaje gozoso éste ha sido un canto en el que ha brillado la gloria de Dios. Por eso, el canto de los ángeles ha sido percibido desde el principio como música que viene de Dios, más aún, como invitación a unirse al canto, a la alegría del corazón por ser amados por Dios. ¿Queréis uniros a este cántico? Para san Agustín, cantar es propio de quien ama. Os invito a asociaros llenos de gratitud a este cantar de todos los siglos, que une cielo y tierra, ángeles y hombres. Le pedimos al Señor que cada vez seamos más las personas que aman con Él, y que seamos hombres y mujeres de paz. Feliz Navidad para todos.
+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo