En la fiesta grande, que cierra los cincuenta días de la Pascua, pedimos al Espíritu Santo que nos impulse a la gran obra de la evangelización, con mucho talante misionero en todos los discípulos de Cristo. Pero lo pedimos especialmente para los fieles laicos, porque las circunstancias actuales piden en ellos un apostolado mucho más intenso y más amplio… Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separación del orden ético y religioso y con gran peligro de la vida cristiana” (A.A. n. 1).
Esta llamada del Concilio Vaticano II a los fieles laicos es cada día más evidente, pues sin ellos y su actividad la indiferencia religiosa y el olvido de una sana antropología hace y hará daño a la persona humana. Pensemos en la fuerza que tiene la ideología de género y su potencia para imponerse en la sociedad. El ejemplo más cercano es el anuncio de la aprobación del Plan estratégico de Igualdad de la Junta de Comunidades por parte del vicepresidente del Gobierno regional. Bienvenida sea la igualdad, pero también aparece en esa información que en las próximas semanas el Gobierno de la Junta remitirá a las Cortes el anteproyecto por una sociedad libre de violencia de género, del que habló no hace mucho el mismo Presidente. Se quiere, sí, erradicar la violencia contra las mujeres, pero que no oculta que en ese anteproyecto aparece en su contenido una asignatura obligatoria que sin duda posee una clara ideología de género como medio casi único de luchar contra esa nefasta violencia. Sin duda que estamos ante una manera equivocada de combatir la desigualdad, o, al menos, que no tiene en cuenta lo que es el ser humano, mujer y hombre. Otros modos de combatir esa lacra de violencia contra las mujeres existen. Por eso se debe huir del pensamiento único y abrirse a soluciones más acordes con lo que es el ser humano.
La peculiaridad de la actividad evangelizadora del apostolado de los fieles laicos es cada vez más necesario, porque este apostolado tiene su origen en el Bautismo. Cada fiel laico se convierte en discípulo misionero de Cristo, en sal de la tierra y en luz del mundo, por lo que la presencia pública de los fieles laicos es sumamente urgente. El Papa Francisco afirma en Evagelii Gaudium 120 que “La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados…”, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización”. Pero el Papa dice más.
Dice que, si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos y misioneros” (EG, 120).
Querido fieles laicos: necesitamos laicos que arriesguen “que se ensucien las manos, que no tenga miedo a equivocarse, que salgan adelante. Necesitamos laicos con visión de futuro, no cerrados en las pequeñeces de la vida” (Papa Francisco al Pontificio Consejo para los Licos, el 17 de junio de 2016). Ser discípulos misioneros de Cristo significa poner al Señor en el centro de nuestra propia existencia; y nutrirnos de la oración, la escucha de la Palabra y los Sacramentos, especialmente la Eucaristía.
Un último apunte. Cuando en Pentecostés celebramos la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, hay que animar también a los jóvenes católicos que acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud. Y pedirles que ayuden a otros jóvenes a identificar la manera más eficaz para anunciar hoy la Buena Noticia del Evangelio. De otro modo, ¿cómo, si no es a través de los jóvenes, podrá la Iglesia evangelizar y que se oiga la voz del Señor también en nuestro mundo de hoy?
Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo y Primado de España