ME APUNTO A RELIGIÓN

“Hombre (o mujer) sin noticia, mundo a oscuras”. Esta genial afirmación del Padre Baltasar Gracián, SJ (1601-1658) me sirve para adentrarme en el tema de esta semana: la importancia de que adolescentes y jóvenes se apunten a “clase de Religión”, si anteriormente no se inscribieron, o mantengan esta opción cuando se desliza ante ellos la facilidad de dejar esta asignatura. La Conferencia Episcopal Española, por medio de la Comisión Episcopal de Enseñanza, ha utilizado también esta vez un vídeo de campaña, que puede verse en internet y las redes sociales, insistiendo en la libertad para elegir esta materia.

Venimos insistiendo en la libertad y responsabilidad de los padres para elegir esta asignatura, “libre para el alumno, obligatoria para el centro escolar”. Ciertamente, pues lo que se vive en casa es lo que trasciende en la calle. Pero si ahora esta campaña de la Conferencia Episcopal se dirige sobre todo hacia los adolescentes, es porque se constata que, a partir de los 12-13 años, son los mismos alumnos los que toman la decisión sobre inscribirse o no en la clase de Religión. De modo que, después, son los padres los que, sobre esta decisión, realizan posteriormente la matrícula. Lo que hacemos los obispos hacemos sencillamente es invitar a los padres católicos a favorecer la educación religiosa de sus hijos, sin que las dificultades que puedan encontrar en sus hijos o en el centro sean un obstáculo a la hora de apuntarles a la asignatura de Religión.

No es la clase de Religión el único instrumento de la educación religiosa de sus hijos, pero sin esta “noticia” se puede dar “un mundo a oscuras”. Las oscuridades anidan también en los padres, porque, pese a tantas circunstancias adversas, la demanda social de la clase de Religión está por encima del 60% de la población escolar en España, en los diversos niveles de infantil, primaria y secundaria. Quiere esto decir que escogen libremente la Enseñanza Religiosa Escolar 3´5 millones de alumnos. Y unos 30.000 profesores de Religión realizan esta misión educativa encomendada por los padres con una capacitación profesional del mismo nivel que se exige al resto de sus compañeros, profesores en otras asignaturas. Del número de profesores de Religión, el 35% realizan esta actividad en centros públicos y el 65% en centros concertados y aún privados. Que no se engañen, pues, los padres como si Religión fuera una opción minoritaria.

No son cifras para nada despreciables, tanto de alumnos como de profesores; estos últimos en ocasiones son poco apreciados por sus compañeros en centros públicos, aunque tantas veces son apreciados por su valía personal y profesional. Pero sigamos con los datos: la presencia de los hijos de la Iglesia en el ámbito educativo se realiza a través de 2.600 centros educativos, 400 de los cuales son de educación especial que atienden a 12.000 alumnos con necesidades concretas. ¿Saben ustedes que en los centros católicos hay 71.000 alumnos de otros países, inmigrantes, a los que se educa para formar parte de esta sociedad en la que viven y a la que contribuirán con su trabajo?
También quiero subrayar que los padres o los alumnos que eligen la clase de Religión optan por una asignatura bien preparada, con buen profesorado, útil para conocer la sociedad en la que viven, sus tradiciones y su cultura, que desea tratar a los alumnos como personas que necesitan una educación integral. ¡Ah! Y la clase de Religión no es sesión de Catequesis; ésta pertenece a otro ámbito educativo, también importante, pero distinto. Nuestro mundo necesita igualmente de nociones precisas y claras sobre la fe cristiana, pero sin cerrarse a aludir a otros hechos religiosos no cristianos que conviven en este mundo. El llamado “hecho religioso” es de enorme importancia, y no puede arrinconarse en el ámbito privado de la persona, porque esta postura no es real.

Hemos hablado, pues, de un tema importante en la vida de niños, adolescentes y jóvenes; un tema necesario en una sociedad plural, que respeta la libertad personal, pero que no identifica a ésta con el gusto o la apetencia del momento. El contenido de la clase de religión y moral católica, como también se puede denominar la signatura a la que nos referimos, es razonable, pero no racionalista. Y sirve para la vida, para esta vida concreta que estamos viviendo. Por eso, ya que estamos en un lenguaje concreto, la campaña Me apunto a religión se difunde también por internet (meapuntoareligion.com) y redes sociales (Facebook.com/meapuntoareligion/ e instagram.com/meapuntoareligion).

Con todo mi afecto a quienes me escuchen o me lean.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo

CRISTO NO QUEDÓ MUERTO EN EL CAMINO

¿Recuerdan aquella imagen del Papa Juan Pablo II literalmente desplomado sobre la losa del Santo Sepulcro en su viaje a Jerusalén el año 2000? Los que hemos estado allí en la soledad de la “Anastasis” hemos sentido algo parecido: una oración concentrada y estremecida. La resurrección de Jesús es el núcleo de nuestra fe. En ella descansa toda la arquitectura de nuestra salvación. Creemos precisamente en el Dios que resucitó a Jesucristo, y adoramos a Cristo porque en la resurrección fue constituido en su carne “Señor de cielo y tierra”. Esperamos la vida eterna porque su resurrección es el origen de la nuestra. De modo que un cristianismo sin resurrección, o con la esperanza de la resurrección debilitada por las brumas de la duda, no es la fe cristiana que trajo Jesús, ni el de la Iglesia católica, ni el de los mártires, o los misioneros, ni el cristianismo que nos dejaron nuestros padres.

Ser cristiano es vivir con el corazón puesto en los bienes de la resurrección, vivir en este mundo sin ser de este mundo, querer y tratar las cosas con sabiduría, como aquel o aquella que vive un poco metido en la vida eterna. La fe y la esperanza en la resurrección es un ingrediente necesario para la plenitud de la vida humana. Y sin esta esperanza no hay plena libertad ni podemos llegar a reconciliarnos del todo con Dios ni con nosotros mismos.

Nuestro mundo, nuestra cultura, nuestras formas de vida más actuales y están precisamente enfermas por falta de esta esperanza. Pero nuestro mundo parece “feliz”, encantado de la vida, anclado aquí en la representación de este mundo; el inconveniente es que la “representación de este mundo se termina” (1 Cor 7,31). En la ausencia del “otro mundo” no hay más remedio que entregarse a las cosas caducas de “este mundo”, por supuesto, con las inevitables consecuencias de toda idolatría: ambiciones, angustias, sometimientos, decepciones, rivalidades, injusticias, conflictos y desesperanzas.

Pienso sinceramente que se equivocan los que piensan que Jesucristo quedó muerto en el camino de la historia. Ni quedó muerto Él, ni está muerta la Iglesia, ni lo está la fe de los cristianos. Por el contrario, Jesús resucitado es el futuro, el único futuro humano que existe de verdad delante de nosotros, nuestro propio futuro. ¿Qué futuro y qué progreso se puede construir desde el olvido del verdadero futuro y la idolatría de nuestras propias obras?

Los cristianos sabemos que Jesús está vivo, junto a Dios Padre, pero en el corazón del mundo, de nuestro mundo, como fuente de esperanza y de plena humanidad justificada, santificada, salvada de la injusticia y del poder de la muerte, libre para la vida verdadera, en la verdad y en la vida, por los siglos de los siglos. Y de este modo, Cristo es la misericordia de Dios, como nos recuerda este segundo domingo de Pascua, porque no puede negarse a sí mismo y se nos ofrece para el perdón y la reconciliación de los hombres con Dios y entre nosotros.

Estamos en Pascua, hermanos cristianos. No calléis esta fe en la resurrección. No debilitéis esta esperanza. No renunciéis a esta vida. En este mundo bueno, porque así lo hizo Dios, pero también lleno de idolatrías y esclavitudes inesperadas, los cristianos tenemos que ser testigos de la verdadera libertad. Es la libertad de los hijos de Dios, los que son libres interiormente para vivir en la verdad y en el bien, viviendo ante Dios una vida justa e inmortal. Contra esto no hay barreras.

Os invito, hermanos, a anunciar este mensaje lleno de fuerza: Cristo ha resucitado, Él va delante, para que nos atrevamos a hacer brillar en nuestra vida y en nuestro mundo la vida nueva que nos viene de la Resurrección de Jesús, en la que ya participamos por la vida resucitada de Cristo que recibimos en el Bautismo, cuya renovación hemos hecho en la gran Vigilia Pascual. Ningún tiempo más luminoso que el de Pascua florida, para gozar de la amistad de Dios, de su conocimiento y de su amor. Tenemos que ser verdaderos “testigos de estas cosas”, de esta felicidad. “Es verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón Pedro” (Lc 24,34): el Señor resucitado está con nosotros.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo