CONOCER EL MISTERIO DE CRISTO

Tras los espectáculos del Carnaval, a ritmo de “aprovecha el día”, viene, solo cronológicamente, el comienzo de la preparación de la Pascua, llamada Cuaresma, los cuarenta días que nos proporcionan una nueva oportunidad de poner al día la vida cristiana. Por el Bautismo, en efecto, fuimos incorporados a Cristo y, con la ayuda de su gracia, podemos vencer al Diablo y al mal en toda circunstancia, rechazando el pecado. Desde los inicios, pues, de la Cuaresma, avancemos con Cristo en la seguridad de que el Señor no nos deja solos en esta lucha. El camino cuaresmal que nos enseña Cristo nos conducirá a una vida plena y de mayor felicidad.

En este camino cuaresmal, el volvernos a la Palabra de Dios y la contemplación de cualquier acción salvadora de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal. Pero el máximo motivo de gloria es la cruz y la resurrección del Señor, el Misterio Pascual que conmemoramos en la Semana Santa. El tema siempre nuevo, en estos cuarenta días, es quién me garantiza a mí la felicidad, el sentido de mi vida, de mi enfermedad y de mi muerte. ¿Quién me ayuda en esos verdaderos problemas para el ser humano?
Es muy sencillo lo que nos presenta la Iglesia en estos días, cuando nos dice: fue ciertamente digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en la piscina de Siloé (véase el texto de Jn 9); pero, ¿en qué benefició esto a todos los ciegos del mundo? Fue algo grande y más allá de lo natural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto (Jn 11,1-44); pero este beneficio le afectó a él únicamente, pues, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado? Cosa admirable fue el que cinco panes, como una fuente inextinguible, bastaran para alimentar a cinco mil hombres (Jn 6,1-14); pero, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo se hallaban atormentados por el hambre de la ignorancia? Fue maravilloso el hecho de que fuera liberada aquella mujer a la que Satanás tenía ligada por la enfermedad desde hacía dieciocho años (Mc 5,21-34); pero, ¿de qué nos sirvió a nosotros, que estábamos ligados con cadenas de nuestros pecados?

En cambio, el triunfo de la cruz iluminará a todos los que padecían y padecemos la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, y así redimió a todos los hombres. Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios, Dios hecho hombre. En otro tiempo el cordero sacrificado por orden de Moisés alegaba al exterminador; con mucha más razón el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo nos librará del pecado, nuestro gran problema. Si la sangre de una oveja irracional fue signo de salvación, ¿cuánto más salvadora no será la sangre del Hijo ingénito de Dios?

Lo que celebramos es la entrega de Jesús hasta dar su vida, porque Cristo no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza; Él, condenado por el Sanedrín, fue llevado a la muerte, pero voluntariamente, porque Él quiso. Oye lo que dice: “Soy libre para dar mi vida y libre para volverla a tomar”. Fue a la pasión y muerte por su libre determinación, feliz por la gran obra que iba a realizar, gozoso porque, por su triunfo en su resurrección, llegaba la salvación de los hombres. El que sufría no era un hombre vil, sedicioso, sino el Dios humanado, que luchaba por el premio de su obediencia. ¿Querrás tu luchar para ser como Él, dando vida donde no hay vida?

Esa es la preparación que hemos de hacer hasta llegar a la Semana Santa y celebrar el Misterio Pascual. Es muy saludable confesar nuestros pecados confesándolos, leer más la Palabra de Dios, celebrar los domingos de Cuaresma con más intensidad, orar al Señor por la conversión de los pecadores y por los que están preparando su Bautismo, los catecúmenos, ofrecer ayunos obras de penitencia, volver el rostro a los más necesitados, perdonar a los que nos han ofendido, hacer el ejercicio del Vía Crucis y, si es posible, un retiro de oración o ejercicios espirituales. Gustar de Dios y de Jesucristo, de su Alianza con nosotros, del perdón de Padre que nos espera siempre.

 Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo y Primado de España

MANOS QUE TRAEN ESPERANZA

Es una buena definición de lo que es esta organización no gubernamental de desarrollo, católica y de voluntarios. Son manos unidas, porque realizan un trabajo en la Diócesis de personas que, en grupos, trabajan, con proyectos de desarrollo para los más empobrecidos de la tierra. Eso sí, estas Manos Unidas asumen la responsabilidad de fomentar, en la sociedad española, la conciencia del escándalo ante el hambre y la pobreza por estructuras injustas que las mantienen. Y en esas estructuras injustas tienen responsabilidad, por supuesto, los gobiernos, pero también organizaciones mundiales y otras privadas, pero fortísimas, que fomentan el consumismo y a la vez los mercados injustos, y que muestran un capitalismo salvaje; muchas veces, además, estas organizaciones están impulsadas o manejadas por ideologías muy concretas al servicio de gobiernos o con su consenso.

Y nosotros, tú y yo, hombres y mujeres de la calle, ¿qué responsabilidad tenemos? Mucha, porque la indiferencia en estos asuntos es culpable de muchas cosas. Y, si eres católico, debes ponerte en marcha de muchos modos, para solucionar este escándalo. Les sugiero que mediten estas palabras del Papa Francisco en la primera Jornada Mundial de los pobres (noviembre de 2017). Son una exhortación que da ánimos: “Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos; son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de l cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin “peros” ni “condiciones”; son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios”.

De este tipo son las manos de quienes pertenecen a Manos Unidas. Podemos comparar a sus mujeres y hombres de Manos Unidas con las hormiguitas que, de cara al hambre en el mundo, buscan semilla que hagan crecer la vida de una vida más justa y fraterna; semilla para “el invierno frío” de esta sociedad nuestra, en forma de recursos, de llamar aquí y allí, de organizar tantas actividades para “aquel o este proyecto”, tan necesario para las gentes y comunidades que lo piden en África, América o Asia. Las comunidades de estos continentes saben que Manos Unidas no les olvidan: ni los misioneros, ni los líderes comunitarios; tantas personas y rostros concretos que nos sonríen y nos agradecen nuestro gesto de generosidad.

¿Qué nos dicen? ¿Qué dicen a “la gente” estas Manos Unidas, a los que vivimos con dificultades pero sin hambre? Antes de nada, que pensemos, por favor, en la situación de los que sufren hambre o desnutrición. Después nos animan a que “compartamos lo que más no importa: el tiempo, los ahorros, la oración, la alegría de trabajar y participar en tantos eventos que, a lo largo del año llevan a cabo Manos Unidas, pero sobre todo en estos días más fuertes de la Campaña 2018 en el mes de febrero. Pero que no comentemos sólo la pena que nos da lo que pasa con aquellos que padecen hambre. Hay que hacer algo. Por ejemplo, comparte el trabajo para cambiar este panorama:

*Manos Unidas denuncia el derecho humano a la alimentación para más de 815 millones de hambrientos;
*La creciente consideración de los alimentos como mercancía de negocio.
*La extensión y protección de un modelo productivo a gran escala se manifiesta claramente insostenible, por consumista, y que destruye la naturaleza, la casa común.
*La especulación con los recursos naturales que priva a los más vulnerables de los bienes necesarios para tener una vida digna y el despilfarro alimentario.

¿No está en nuestras manos resolver estos problemas? Todos no. Peri sí muchos, si salimos de nosotros mismos un poco. Te propongo que hables con Manos Unidas en tu parroquia en la ciudades o en los pueblo de esta Diócesis; únete a ellos, y verás que hay soluciones, que traigan luces en las sombres del egoísmo; propuestas, experiencias e iniciativas de cambio. Lograremos al menos que haya más gente que tenga claro que es muy necesario que las personas, todas, vivan con dignidad y no como tantos viven: sin que sea respetada esta dignidad. Y no olvidemos lo más elemental: nuestro planeta Tierra tiene capacidad de producir bienes para todos.

Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo y Primado de España