¿A que llamamos Pascua los cristianos? (II)

Terminábamos la semana pasada explicando qué sucedió el primer día de la semana, cuando las mujeres fueron al sepulcro con ungüentos y encontraron vacío ese sepulcro en el que se depositó el cuerpo de Jesús el viernes rápidamente porque llegaba la “gran fiesta” de Pascua. ¿Y en qué consiste en concreto lo que dice la Iglesia acerca de la resurrección del Crucificado? ¿Cuál es el testimonio que la Iglesia da de la Resurrección de Cristo?

En el fondo es un testimonio muy sencillo: ese Jesús de Nazaret que “había pasado haciendo el bien y curando a todos”, el mismo que los hombres mataron clavándolo en una cruz, es el que Dios resucitó al tercer día (cf. Hch 10,38s). En la cruz Dios Padre parecía haber desautorizado a Jesús, hasta arrancarle aquel grito de angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; pero ahora, resucitándolo, el Padre demuestra identificarse con el Crucificado y no con los que en el Sanedrín le condenaron y Poncio Pilato, que decretó su muerte en la Cruz, una ejecución típicamente romana para los insurrectos. Desde ese momento, sólo será posible ver al Crucificado “en la gloria del Padre” y contemplar la gloria del Padre en el rostro del Crucificado.

La resurrección es, pues, como un faro enfocado, más allá de la Pascua, sobre la vida terrena de Jesús. La resurrección nos da testimonio de que Jesús no se ha equivocado: con Él, muerto y resucitado, ha llegado el reino de Dios. El fin ya ha empezado; poco importa cuándo se concluirá, si dentro de pocos años, o dentro de miles de millones de años. El sepulcro vacío indica que el cuerpo de Jesús, su cadáver, no ha sido encontrado. No fue robado por los discípulos, como insinuaron ya entonces algunos. El cadáver no pudo mostrarse, porque no existía. Su cuerpo fue resucitado, ocupa un lugar y puede mostrarse. Se “apareció”, esto es “se mostró” a los que Él quiso. Esa aparición no tiene por qué ser para nosotros ahora una aparición con impresión de los sentidos, como ocurrió las veces que Cristo se dejó ver a los Apóstoles, a las Marías y a otros testigos oculares. Podemos, pues, ver y sentir de otra manera, sin aparición sensible de Jesús, y saber a ciencia cierta que Cristo está vivo y me encuentra, mostrándoseme.

Y puesto que Cristo ha resucitado, nosotros podemos caminar en esta novedad de vida. Cristo ha resucitado para nuestra justificación, es decir, para causarla. “El Señor pasó, por la pasión, de la muerte a la vida, y se hizo camino a los creyentes en su resurrección para que nosotros pasemos igualmente de la muerte a la vida” (san Agustín, Enarr. In Psal., 120,6). Por eso podemos recoger la enseñanza de san Pablo cuando dice: “Si crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado” (Rom 10,9). De modo que podemos decir como el Apóstol: “Se me apareció también a mí” (1 Cor, 15,8). En Jn 20,19-31 se narra que Jesús, después de la Resurrección, visitó a los discípulos atravesando las puertas cerradas del Cenáculo y les dijo: “¡Paz a vosotros!”. Nuestro Redentor, con un cuerpo de naturaleza incorruptible y palpable, pero en estado de gloria, muestra al incrédulo Tomás las señales de su pasión. Tocando las heridas del Señor, el discípulo dubitativo cura no sólo su desconfianza, sino también la nuestra.

De este modo haremos cada vez más familiar y cercano a Aquel que nuestros ojos no han visto, pero de cuya infinita Misericordia tenemos absoluta certeza. Esta es la alegría de la Pascua. Gozadla, hermanos, gozad de ella: tenemos cincuenta días hasta Pentecostés. Ha merecido la pena vivir la Cuaresma para desearos ahora una Feliz Pascua. Santa María, la Bendita Madre del Salvador os consiga del Padre y de Jesucristo el gozo de la Pascua. A la Virgen María, Reina de los Apóstoles, pedimos que sostenga nuestra fe y sostenga la misión de la Iglesia. Cantemos sin cesar “Este es el día que hizo el Señor” (Sal 117,24), el día en que el Espíritu Creador resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya, hermanos. Feliz Pascua.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo. Primado de España.

¿A qué llamamos Pascua los cristianos?

¡Bendito sea nuestro Dios, que ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Señor, de entre los muertos! ¡Feliz Pascua! ¿A qué llamamos Pascua los cristianos? ¿Significa únicamente esta palabra los acontecimientos de la Resurrección, separando a ésta de lo que celebramos en días anteriores, desde el domingo de Ramos? No puede ser. Otros hablan de Semana de Pasión y llegan sólo hasta el Viernes Santo. No, Pascua es sencillamente Cristo, que padece, muere y resucita. Y la resurrección constituye la novedad absoluta, lo no prefigurado, lo inesperado. Para los Apóstoles y para nosotros, Pasión y Resurrección es la verdadera Pascua. Pascua es el día en que celebramos conjuntamente la Pasión y la Resurrección del Señor. La fe de los cristianos consiste en creer en la Resurrección de Cristo.

Muerte y Resurrección unidas constituyen, pues, el Misterio Pascual. Pero no como dos momentos yuxtapuestos, que simplemente se suceden, sino más bien como un movimiento, como un paso del uno al otro. Es decir, algo dinámico, que se mueve, ya que consiste en hacernos pasar de la muerte a la vida, del dolor a la alegría. Algo que no se puede detener. Se trata de la pasión y la resurrección que nos salvó en el Bautismo y la Confirmación y nos nutre con la Eucaristía, y que nos salva este día. Por ello una Pascua de pasión sin la resurrección sería una pregunta sin respuesta, una noche que no termina en el alba de un nuevo día; sería fin, en vez de comienzo de todo.

Pero la muerte y al resurrección de Cristo sucedió una sola vez; y lo que nosotros hoy celebramos en la Liturgia pascual es la conmemoración de aquel acontecimiento que sucedió aproximadamente entre el año 30 y el 33 de nuestra era. Pero hoy se nos pregunta a los cristianos por parte de los que no tienen nuestra fe: ¿Eso que decís sucedió con Jesús es cierto o es un mito de primavera? ¿Ha resucitado Jesús únicamente en la Liturgia de la Iglesia, en sus ritos, o ha resucitado también en la realidad y en la historia? ¿Ha resucitado porque la Iglesia así lo cree, o ha resucitado y por esto la Iglesia lo proclama? ¿Ha resucitado Jesús, su persona, o ha resucitado sólo su causa, en el sentido puramente metafórico, donde resucitar significa la supervivencia o la reaparición victoriosa de una idea, después de la muerte de quien la ha propuesto?

Así se piensa hoy día en nuestra sociedad; y muchos “cristianos” también. Un lamentable error. De modo que no tenemos las cosas claras, pues la realidad de la Resurrección de Cristo afecta a lo esencial de la fe. Y hay que estar seguros y saber que no creemos a tontas y a locas. La respuesta más autorizada a estas preguntas se encuentra ya contenida en el Evangelio: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado! Dicen los Apóstoles, acogiendo a los dos discípulos de Emaús, incluso antes de que éstos puedan contar su experiencia. Los cristianos han hecho de esta frase el saludo pascual: “El Señor ha resucitado”, al que se responde: “¡Es verdad! ¡Ha resucitado!”.

¿Qué ha sucedido? ¿Qué es lo que ha determinado un cambio tal por el que los mismos hombres que antes habían renegado de Jesús o habían huido, ahora dicen en público estas cosas, fundan Iglesias en nombre de Jesús y, tranquilamente, se dejan apresar, flagelar y matar por Él? Ello nos dan una respuesta a coro: “¡Ha resucitado!” Años más tarde, un sucesor de Poncio Pilato en Judea, el gobernador romano Festo, tiene preso a san Pablo que ha apelado al César; pero no entiende de qué le acusan sus compatriotas. Los puntos discutidos, señala el romano, son cosas referentes a su religión, “y sobre un tal Jesús, ya muerto, que Pablo asegura que vive” (Hch 25,19).

Cosa curiosa: en el momento decisivo, cuando Jesús fue capturado y ajusticiado, los discípulos no nutrían espera alguna de una resurrección en Cristo. Ellos huyeron y dieron por concluido el caso de Jesús. Algo debió suceder entonces, en el primer día de la semana, algo que en poco tiempo no sólo provocó el cambio radical de su estado de ánimo, sino que los llevó también a una actividad totalmente nueva y a la fundación de la Iglesia. Este “algo” es el núcleo histórico de la fe de Pascua. Y este suceso tiene que ver también con nosotros. Es algo objetivo, no tiene relación únicamente con algo subjetivo, con lo que yo siento en mi interior, como explican incluso algunos exegetas cristianos, de modo que la creencia hubiera creado el dogma de que Jesús ha resucitado. Necesitamos más tiempo para ahondar en el hecho fundacional de la Iglesia: la Resurrección de Jesús. Seguiremos en la semana próxima.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo. Primado de España.

La Semana Santa

“Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, en el cual entrando en Jerusalén dio anuncio profético a su poder. Los cristianos llevan ramos en sus manos como signo de que Cristo, muriendo en la Cruz, triunfó como Rey. Habiendo enseñado, pues, el Apóstol: “Si sufrimos con Él, también con Él seremos glorificados” (Rom 8,7), la unión entre ambos aspectos del misterio pascual (el sufrimiento y la gloria) han de resplandecer en la celebración y en la catequesis de este día” (Ceremonial de los Obispos 263).

El Domingo de Ramos contiene algunas lecciones que nos permiten vivir mejor este misterio del Señor crucificado, sepultado y resucitado que se despliega en la Semana Santa, que hoy comienza. Muy importante es señalar a los cristianos, en primer lugar, el don que nos regala Dios nuestro Señor al concedernos vivir un año más la manifestación más grande de su amor que es el misterio Pascual, la Pascua toda. Tenemos el peligro de creer que somos nosotros los que preparamos, hacemos, organizamos monumentos, procesiones, horas santas, esto o aquello. No, lo importante nos lo da Dios por su Espíritu Santo: vivir los misterios que nos dieron nueva vida. Habrá que preparar lo mejor posible todo lo que posibilite esa gracia fundamental, pero hemos de vivirlo como regalo que se nos hace para disfrutar, ahondar, renovarse y gozar en el Señor.

Nos conviene, pues, vivir el Domingo de Ramos como pórtico de toda la Semana Santa, sobre todo de la Pascua del Viernes, Sábado y Domingo, y aclamar al Señor de corazón en la procesión que precede a la Misa, en la escucha de la Pasión dentro de la celebración de la Eucaristía y también en la prolongación de ese triunfo de Cristo, que es la procesión con la imagen de Cristo entrando en Jerusalén. La cultura consumista y del espectáculo puede convertir nuestra Semana Santa en un producto muy atrayente en su envoltura y no contener nada cristiano dentro de ese envoltorio, pues sólo pone de relieve una tradición que es más bien el resultado de considerar la fe católica a la luz de la sociología cultural religiosa. Algo muy alejado de lo que la Iglesia ofrece.

En segundo lugar, todos hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en sentido evangélico, y no literal; hemos de hacerlo bien: tomemos como nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella que ahora sufre la guerra y la división, sino la que resuena con las alabanzas de los ángeles. Así, el Jueves Santo no comemos sin más la Pascua judía, sino que damos inicio a la salvación del Mesías de Israel sentados a la Mesa de la Última Cena, comiendo el Pan de vida y la sangre de la nueva alianza que es el Sacramento del Amor, al que adoramos en nuestros tabernáculos en reserva eucarística, que llamamos monumentos.

El Viernes Santo no sacrificamos ya jóvenes terneros no carneros desprovistos de inteligencia, sino que ofrecemos al Padre un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo; ofrecemos la vida entregada por amor a nosotros de Cristo Salvador. Es más, en buena lógica, pedimos perdón por todos los pecados del mundo y nos inmolamos nosotros mismos unidos al sacrificio de Cristo que se ofrece al Padre. Ofrecemos nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos, por ello, dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididos a la cruz. ¿Cómo participaremos, si no, en el triunfo luminoso de Cristo en la Noche Pascual y en el día que hizo el Señor, Domingo de Pascua?

En tercer lugar, toda esta Semana Santa, sobre todo el Triduo Pascual, hemos de vivirlo personalmente, no como número de una masa, grupo o Cofradía, vecinos o familias. No. El Señor nos invita personalmente y personalmente hemos de responderle. Si crees que puedes ser Simón Cireneo, coge tu cruz y ayuda a Cristo. Si consideras que estás crucificado con él como un ladrón, por tus pecados, como el buen ladrón confía en tu Dios y compra con la muerte tu salvación: entrarás en el paraíso y descubrirás antes de qué bienes te habías privado.

Si piensas que puedes hacer lo que José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo. Si como Nicodemo te cuesta mostrar abiertamente que adoras a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos. Puede que te sientas identificado con las tres Marías, y lloras como ellas al amanecer y tal vez seas el primero en ver la piedra quitada, señal de que Cristo ha resucitado en ti, y verás también, ¿por qué no?, a los ángeles o al mismo Jesucristo.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo. Primado de España