Educar, educar, educar

Hemos celebrado la fiesta de Santo Tomás de Aquino, uno de los más grandes maestros de la fe católica, que, en su docencia, atendía con solicitud a sus alumnos tras impartir sus clases. Le importaba educar a la persona y no sólo enseñar cosas o materias. Porque educar no atañe sólo a clases, materias, cursos escolares o de universidad. La educación es vital para el ser humano; a los animales se les adiestra; a los hombres y mujeres, desde pequeños, se les educa, esto es, se intenta en libertad “sacar de” ellos lo que llevan dentro para potenciarlo, en un proceso educativo.

Cuando uno reflexiona seriamente sobre los problemas de nuestra sociedad llega fácilmente a la conclusión de que el origen de la mayor parte de los males que padecemos proviene de fallos y defectos en la educación. Lo mismo ocurre cuando examinamos la situación de la educación en la fe en nuestra Iglesia. ¿Pueden ir bien o mejor las cosas en comunidades cristianas donde la mayor parte de los fieles, o al menos en gran número, han recibido los sacramentos sin hablar alcanzado la formación/educación personal necesaria para comprenderlos y vivir de acuerdo con sus dones y exigencias?

Educar es el arte de trasmitir a los demás lo mejor que uno ha adquirido a lo largo de la vida, con el estudio y la meditación, con la experiencia de los acontecimientos vividos y la relación con otros seres humanos. Este traspaso de la realidad espiritual de una generación a otra es la condición indispensable para el crecimiento de las personas, de la sociedad y de la humanidad entera. Pero ese traspaso de la realidad espiritual a la siguiente generación se ha hecho cada día más difícil. Existen deficiencias, que comienzan en la familia, crecen en la escuela, se amplían después en la vida social y habría que añadir, se consolidan con las debilidades y las omisiones en la educación religiosa.

¿Es exagerado decir que hoy en la mayoría de las familias toledanas hay grandes deficiencias educativas? Algo exagerado sí es, pero esas deficiencias se dan, pues la educación de los hijos requiere convivencia intensa en un clima de comunicación y confianza entre los cónyuges. Algo que falta, por desgracia. También se nota el que los padres estén poco con los hijos y hablen poco con ellos. Sería interesante comprobar cuánto tiempo cada día pasan los padres con sus hijos, hablando con tranquilidad con ellos. ¡Ah!, la vida se ha complicado mucho, decimos. Cierto, pero lo primero es lo primero.

También importa el auge que entre nosotros tiene otro principio radicalmente antipedagógico: “Quiero que a mis hijos no les falte nada, que no sean menos que los demás, que crezcan y vivan espontáneamente, que sean felices a su manera”. Unos padres, en consecuencia, adoptan este criterio de compensación, pues recuerdan –dicen– lo que ellos mismos tuvieron que sufrir por sus carencias de medios; otros padecen inseguridad ante las mismas ideas de los hijos, sobre todo si son ya adolescentes o jóvenes. También aparece el deseo a toda costa de mantener en casa unas relaciones distendidas, que haya paz, a pesar de desacuerdos que siempre existen entre padres e hijos, sobre todo en las cosas prácticas. Lo serio de este proceder es que somete la autoridad a la condescendencia y deja a los jóvenes en tantas ocasiones a merced de sus tendencias más instintivas y no se les presenta ningún ideal de vida, no corrige los defectos ni desarrolla su responsabilidad personal. Todo lo cual conduce muchas veces a que estos hijos sufran manipulaciones ideológicas y comerciales, totalmente consumistas.

Y dirán muchos padres: ¿qué responsabilidad tienen en esta situación los colegios o, si se quiere, los educadores católicos en colegios y en parroquias? Pues sencillamente, si les hemos ofrecido una versión blanda y desvirtuada del Evangelio, de Jesucristo y de la vida cristiana, sin renuncias, sin esfuerzo, sin ofrecerles virtudes concretas e ideales de santidad y de cierto heroísmo, que da la virtud de la fortaleza, no hemos hecho bien ni estamos haciendo bien. Un buen colegio es un buen colegio en todo, no solo en avances pedagógicos: ahí están también una buena educación eficiente en el campo de los afectos, de las relaciones personales, que afronte lo malo que tiene una actitud permisiva y condescendiente en todo lo referente a la sexualidad. Vean los padres qué colegios pueden escoger, o, también intervengan en las AMPAS para que no valga todo.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo

51 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas. Nuestros padres en la fe ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos. (cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno).

Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.

Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.

Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia».

La buena noticia

La vida del hombre no es sólo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: cambiando las lentes, también la realidad se nos presenta distinta. Entonces, ¿qué hacer para leer la realidad con «las lentes» adecuadas?

Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Con estas palabras comienza el evangelista Marcos su narración, anunciando la «buena noticia» que se refiere a Jesús, pero más que una información sobre Jesús, se trata de la buena noticia que es Jesús mismo. En efecto, leyendo las páginas del Evangelio se descubre que el título de la obra corresponde a su contenido y, sobre todo, que ese contenido es la persona misma de Jesús.

Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): es la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la historia de su pueblo. Con esta promesa: «estoy contigo», Dios asume, en su Hijo amado, toda nuestra debilidad hasta morir como nosotros. En Él también las tinieblas y la muerte se hacen lugar de comunión con la Luz y la Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos. Se trata de una esperanza que no defrauda ―porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5)― y que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.

La confianza en la semilla del Reino

Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es un manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. Además, es el camino privilegiado para expresar la inmensa dignidad del misterio pascual, dejando que sean las imágenes ―más que los conceptos― las que comuniquen la paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde las hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación de Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana, donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece» (Mc 4,26-27).

El Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.

Los horizontes del Espíritu

La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» (cf. Hb 1,7-8).

La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar ―en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación― con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona.

Quien se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación. El hilo con el que se teje esta historia sacra es la esperanza y su tejedor no es otro que el Espíritu Consolador. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la masa. Nosotros la alimentamos leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese Evangelio que ha sido muchas veces «reeditado» en las vidas de los santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios. También hoy el Espíritu siembra en nosotros el deseo del Reino, a través de muchos «canales» vivientes, a través de las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.

Vaticano, 24 de enero de 2017

Francisco

Solemnidad de San Ildefonso

Hermanos: Estamos en la fiesta de nuestro santo, Patrono de la Diócesis y de la ciudad de Toledo. Él es una figura grande, extensa, conocida, atrayente. Lo primero que quisiera destacar es que, para san Ildefonso, y quiera Dios que como para nosotros, ser santo no es una profesión de minorías. El santo no es superhombre o mujer; es hombre real, porque sigue a Dios y, en consecuencia, al ideal para el que fue creado su corazón y del que está hecho destino. Desde el punto de vista ético, todo esto significa “hacer la voluntad de Dios”, pero en una humanidad que, sin perder su condición humana, ha experimentado un cambio en su persona. Es aquello que decía san Pablo: “Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20).

Vivir el misterio de la comunión con Dios en Cristo nos enseña, pues, a ver las cosas a través de un valor único, gracias al cual todos los juicios y nuestras decisiones tienen su origen en una única medida. Es decir, la figura del santo se caracteriza por un amor a la vida -obra de Dios-, en un abrazo consciente y leal de sus condiciones existenciales. El santo no necesita olvidar o negar nada, y mucho menos la muerte, para afirmar apasionadamente su propia vida.

¡Qué distintos son los héroes de una acción moral puramente racional y el santo cristiano! ¡Qué diferencia de verdad humana, es decir, de seriedad y comprensión de los valores humanos, de realismo y positividad ante la experiencia de la muerte, prueba suprema de la humanidad! Por ejemplo, Sócrates, cuando va a morir, está sereno porque se libera del peso del cuerpo y huye así de un mundo tan condicionado y condicionante. Sin duda admirable. Pero ante esta falta de perturbación llamaríamos “laica” del gran filósofo ante la muerte, será admirable, pero no nos llena. Sentimos, por el contrario, la entereza humana de la confesión del protagonista del Diario de un cura rural de G. Bernanos: “Yo ante la muerte, no intentaré hacerme el héroe o el estoico. Si tengo miedo diré: tengo miedo; pero se lo diré a Jesucristo”.

Es verdadera, por tanto, la imagen de Jesús de Nazaret que, ante la muerte, como relata el Evangelio, “empezó a sentir miedo y tristeza”, y pidió no pasar por el trance de morir a su Padre. Pero la fuerza del Justo, de Jesucristo, le hizo abrazar hasta el fondo el tremendo rostro del significado bueno y eterno de sus palabras: “Pero hágase tu voluntad, no la mía”. Quiero deciros, hermanos, que el santo es el hombre que más aguda y dramáticamente experimenta la fragilidad natural del ser humano y la conciencia de pecado. Por eso, un santo o una santa la sentimos tan cerca de nosotros. Es el caso de san Ildefonso, porque nos sigue diciendo hoy que solamente la compañía del Hijo del Dios, que ha entrado en la historia, puede dar a la vida humana la capacidad de una realización adecuada a su destino.

Saben bien que la figura de san Ildefonso en el siglo VII es eminente. Si en el saber le superó san Isidoro de Sevilla, san Ildefonso, Patrón de Toledo, ha pasado a la historia de nuestro pueblo como el más conmemorado en las artes, ya sea en arquitectura, en escultura y en la pintura, en esa hermosa repetición por doquier de la escena en que la Virgen regala al santo el regalo de la casulla. También en las letras, desde los mismos inicios del castellano con Gonzalo de Berceo en el siglo XIII a Lope de Vega, Calderón en el siglo de Oro. Es verdad que, para recordar su vida, no poseemos abundancia de muchos datos. Su primera biografía, el Elogio, se debe a san Julián de Toledo, contemporáneo suyo y segundo sucesor en la sede toledana. Se recuerda como “un río de elocuencia tan digno de alabanza como esclarecido por sus muchas virtudes. Temeroso de Dios, religioso, propenso a la compunción, de andar grave, porte honesto, muy paciente, tenaz en la guarda de los secretos, sumo en sabiduría, sutil en la disputa, brioso en el decir, muy fecundo en la palabra y tan extraordinario en la elocuencia, que, al disertar, se hubiera dicho que no era Ildefonso, sino Dios quien hablara por él”.

Sin duda este lenguaje de san Julián suena a ampuloso, pero el elogio se debe a alguien que lo conoció personalmente. Es, pues, el más vivo retrato que podemos ofrecer de su personalidad. Fue un escritor relevante, además de desplegar una actividad pastoral ampliamente reconocida. Sus escritos tuvieron una importante influencia en la vida cristiana de la Iglesia de entonces y en épocas posteriores. Juan Pablo II, en su visita a Zaragoza en 1982, mencionó la importante obra de san Ildefonso “De la perpetua virginidad de Santa María contra los infieles”. Y resalta el hecho de que “la primera gran afirmación mariana española haya consistido en una defensa de la virginidad de María”. Para nosotros, desde entonces, María es la Virgen. Con la Virgen, san Ildefonso mantiene, como bien sabemos, una relación muy especial.

¡Qué bien lo expresa Berceo, en uno de sus “milagros”!: Aparecióle la Madre del Rey de Magestad con un libro en mano de muy gran claridad: el que él había hecho de la virginidad…” dióle una casulla sin aguja cosida obra era angélica, no de hombre tejida…

Podemos confiar en san Ildefonso; es de fiar como intercesor de nuestra Diócesis y de nuestra ciudad. Agradecemos a Dios por este gran confesor: “Los hombres rectos son guiados por su integridad, los pérfidos son destruidos por su propia malicia. Reunidos con él hoy, congregados en el nombre de Jesucristo, estamos seguros de que Él, el Señor, está en medio de nosotros.

San Ildefonso “no defraudó la esperanza que manifestaba en sus riegos de ver gozoso en el cielo al que confesaba en la tierra con el corazón y los labios… Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que también nosotros podamos consolar a los que se encuentren en cualquier aprieto…. Él fortalece y nos defiende con las armas de la justicia y el escudo de la salvación, porque necesitamos mucho de la virtud de la fortaleza. Se piensa que Ildefonso significa “preparado para el combate”, cuando lleguen las adversidades” (Misa san Ildefonso, Illatio). Pienso que la virtud de la fortaleza ha perdido vigencia entre nosotros. Os esforzamos poco en el combate de la fe, que no tiene por qué dirigirse hacia los demás, sino a lo que nosotros sentimos y somos. No se trata de ser temerarios, pero sí de no estar constantemente transigiendo con situaciones y olvidando que somos testigos más con los hechos que con las palabras, en toda una serie de situaciones donde a los cristianos se nos tiene que ver.

Es buen día para pedir tantas cosas para nuestra sociedad toledana, por sus autoridades, por el bien común, por mejorar en amor, justicia, caridad, por un horizonte amplio y no estrecho, más generoso con los problemas reales. Podemos invocar la piedad de Dios y su clemencia derramada en san Ildefonso para todos nosotros. Por qué no pedir: “Padre clementísimo, quisiéramos que recibas con agrado la solemnidad que hoy hemos celebrado en honor de tu santo confesor Ildefonso” (Cfr. Misa de san Ildefonso, Compleuria). La bendición apostólica al finalizar la Eucaristía nos muestra nos recordará la misericordia grande del Señor. Amén.

Estudio de audiencia de Radiotelevisión Diocesana

El estudio de audiencia realizado por Infortécnica (www.audiencias.org) para Radiotelevisión Diocesana de Toledo a partir de 350 entrevistas telefónicas, arroja los siguientes datos con fecha de Enero de 2017:

Canal Diocesano de Televisión, es seguida por 180.860 personas, obteniendo un 2,8 por ciento de share.
En el estudio realizado en enero de 2017, Canal Diocesano de Televisión es conocida por el 61,8 por ciento de la población. En el último mes la han seguido 180. 860 personas durante 20 minutos al día de media. Sobre el total de la población del área, el tiempo medio de audiencia es de 5,1 minutos, con un 2,8 por ciento de share y un GRP 24h de 18059 personas.

Radio Santa María, seguida por 122. 972 personas, obteniendo un 5,2 por ciento de share.
En el estudio realizado en diciembre y enero de 2017, Radio Santa María es conocida por el 55,7 por ciento de la población. En el último mes la han seguido 122. 972 personas durante 25 minutos al día de media. Sobre el total de la población del área, el tiempo medio de audiencia es de 4,3 minutos, con un 5,2 por ciento de share y un GRP 24h de 18946 personas.

¡Gracias por seguirnos y formar parte de la familia de Radiotelevisión Diocesana de Toledo!

Un par de zapatillas de deporte

Queridos chicos y chicas:

En este “Padre Nuestro” me dirijo sobre todo a vosotros, desde los 6 ó 7 años hasta los 16 ó 17. Quiero hablar con vosotros sobre la Infancia Misionera. Esta es una Obra del Papa Francisco que desea que haya entre los niños del mundo una ayuda mutua. Desde que nació en Francia en 1843, esta obra de la Infancia Misionera ha formado una red de solidaridad universal, cuyos principales protagonistas son los niños. Pero además, educa en la fe y solidaridad misionera, y educa a los niños y muchachos a seguir a Jesús y a ayudar a otros chicos del mundo. La Infancia Misionera, hay que decirlo muy alto, se adelantó ochenta años a la Declaración de los Derechos del Niño en Ginebra y cien años al nacimiento de UNICEF.

¿Qué quiere la Infancia Misionera, cuya Jornada este año celebramos el 22 de enero? Además de buscar dinero para financiar proyectos con las aportaciones de los niños y muchachos –vosotros- en los territorios de Misión, la Infancia Misionera quiere que vosotros os impliquéis en la Misión de la Iglesia activamente, es decir, espabilándose y haciendo algo. ¿Cómo qué? Pues que en colegios –clase de Religión- y en catequesis aprendáis a seguir a Jesús, a acoger a todos los niños que os rodean, a ser sensibles a las injusticias que sufren los niños en todo el mundo, a ayudarles con vuestros pequeños ahorros, oraciones y esfuerzos para que el mundo sea mejor.

¿Y qué más puedo hacer? Pues participar aquí en la Diócesis de Toledo en las actividades que hace la Delegación de Misiones: Os ha ayudado a preparar la Navidad de una forma misionera, no egoísta; os ha felicitado la Navidad de parte de los misioneros; os ha invitado a llenar la hucha del compartir en la Jornada de la Infancia Misionera y con vuestros ahorros ayudar a otros niños; facilita los encuentros con otros niños; y quiere que participéis en concurso de christmas o en el festival de la “canción misionera”, un poco más adelante. Todo esto, ¿dónde? en tu parroquia o en tu colegio. Espabílate y participa.

A propósito de espabilarse, ahora recuerdo unas palabras del Papa Francisco el verano pasado en Cracovia en la JMJ 2016. Las dirigió a los jóvenes en la vigilia de oración en la noche del sábado 30 de julio. Más o menos dijo esto: Estoy recordando la imagen de los Doce Apóstoles el día de Pentecostés, que ayuda a comprender todo lo que Dios sueña hacer en nuestra vida, en nosotros y con nosotros. Aquéllos Apóstoles pasaron de un miedo a emprender una aventura que jamás habían soñado: de estar paralizados, quietos, a moverse. En este mundo existe una parálisis muy grave, que cuesta mucho descubrir: la parálisis que nace cuando se confunde “felicidad” con un “sofá”. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá –como los que hay ahora, modernos, con masajes adormecedores incluidos- que nos garantizan horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente al ordenador o al móvil. Un sofá que nos hace quedarnos cerrados en casa, sin fatigarnos ni preocuparnos. El “sofá-felicidad” es probablemente la parálisis más silenciosa que más nos puede perjudicar.

Y nosotros hemos venido al mundo a otra cosa, a dejar huella. Y para ello hay que caminar y seguir a Jesús. “Amigos, dice el Papa, Jesús es el Señor del riesgo, del siempre ‘más allá’; no es Señor del confort, de la comodidad”. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía y animarse a cambiar el sofá por un par de zapatillas de deporte para andar. Hay que llevar el Evangelio a los de cerca y a los de lejos.

¿Te animas? Seguro. No podéis ser unos chavales cristianos aburridos y egoístas, que todo lo tienen resuelto y que se aburren porque no tienen el último video juego, sin hacer ningún esfuerzo en catequesis para ver cómo viven otros niños que no conocen a Jesús o que no tienen qué llevarse a la boca. Me gustaría, pues, animaros con estas palabras del Papa: “Queridos niños: con vuestra oración y vuestro compromiso colaboráis en la Misión de la Iglesia. Os doy las gracias por ello y os bendijo”. Pues eso mismo os deseo yo.

Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo y Primado de España

A Dios escuchamos cuando leemos sus palabras

Valgan estas palabras de san Ambrosio de Milán para introducirnos en las Quintas Jornadas de Pastoral (13-15 de enero 2017). Son las Jornadas de pastoral que quieren impulsar el Programa Pastoral de este curso 2016-2017. El eje de este programa es “La Sagrada Escritura y la catequesis en la iniciación cristiana y en la vida de la Iglesia”. Quiere esto decir que cualquier católico está implicado en escuchar a Dios cuando lee sus palabras en tantas ocasiones. Las Jornadas ayudarán sin duda a quien participe en ellas de los diversos modos que se puede hacer.

Leer la Escritura y escuchar a Dios. “Esta hermosa tarea de nuestra vida cristiana -decía yo en la carta pastoral para este curso-, que es el conocimiento y la vivencia de la Palabra de Dios como oyentes de la misma, no trae sino enormes beneficios a nuestras personas, y a nuestra Iglesia toledana. Estamos ante una realidad que expresa lago básico para que haya experiencia de Dios y vida cristiana. Si sabemos que en el principio existía el Verbo (Jn 1,1), entendemos que la palabra del Señor permanece para siempre (Is 40,8). Es decir, la Palabra de Dios abre la historia de la creación del mundo; proclama el centro de esa misma historia con la encarnación del Hijo, Jesucristo, una persona concreta que encierra un misterio, pues es el Verbo hecho carne; y la concluye con la promesa segura del encuentro con Él en una vida sin fin: Sí, yo vengo pronto (Ap 22,20)”.

Es momento de preguntarse cómo vivo yo, cómo escucho yo la Palabra de Dios en la celebración litúrgica de la Iglesia; por ejemplo, en la Misa dominical. No se trata sólo de “escuchar palabras leídas”, sino que, al oír en la celebración las palabras de la Escritura (las lecturas bíblicas), se escucha la Palabra, el Verbo de Dios, que es Cristo. Como decía Orígenes, en la vida de la Iglesia “la escritura se vuelve Palabra”. No estamos, pues, en la mera repetición de palabras del pasado: es relectura constante de lo que Dios ha hecho y ha dicho.
Nuestro Programa pastoral para este curso insiste mucho en la formación bíblica de nuestro Pueblo, en elaborar programas de formación bíblica para favorecer la lectura personal de la Biblia; insiste también en crear materiales sencillos para ayudar a los fieles a comenzar una lectio divina, esa forma sencilla de hacer oración con la lectura del texto bíblico, leyendo lo que dice y lo que nos dice. ¿Qué hemos comenzado en parroquias, en grupos apostólicos, hermandades y cofradías? Instrumentos tenemos; necesitamos, sin embargo, proponerlo y llevarlo a cabo, confiando en la fuerza de la Revelación de Dios, en la gracia y presencia de Cristo, pues la Palabra de Dios continúan exhalando el buen olor del pan recién hecho, en expresión feliz de san Francisco de Asís.

¿Hemos creado un nuevo ambiente para las catequesis que preparan los sacramentos de la Iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) en el itinerario más común? ¿Hemos aprovechado el catecumenado Bautismal de adultos y de niños en edad escolar? Nuestro Programa pastoral pide a los presbíteros y a los demás educadores en la fe (catequistas, acompañantes, garantes de catecúmenos, padrinos), un esfuerzo especial de profundizar en su formación. Padres, sacerdotes, catequistas y cuantos viven la corresponsabilidad de la transmisión de la fe cristiana, han de encontrar en el conocimiento personal y en la vivencia de la Escritura un modo adecuado, un camino adecuando y no difícil para acompañar a aquellos que se encuentran en este periodo de iniciación a la vida cristiana. Hay posibilidades, se ofrecen muchas en esta Diócesis. Bastaría con aprovecharlas. También estas Jornadas de Pastoral ayudan a este propósito.

2017 es también Año del Señor, si no olvidamos que el misterio del ser humano, hombre y mujer, sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Sigamos el consejo de san Pablo: “Todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza” (Rom 15,4). Así pues, ¿por qué no acabar con las mismas palabras de la carta pastoral para este curso: Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que enviaré hambre al país; no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar las palabras del Señor (Am 8,11). Es mi más sentido deseo para todos.

+Braulio, arzobispo de Toledo

Navidad y Epifanía: Una fiesta cristiana

Ya estamos acabando esta Navidad, que es una fiesta y un tiempo. Con la celebración del Bautismo del Señor, en efecto, acaba este ciclo litúrgico que constituye un segundo polo de celebraciones del Señor, pero que, en realidad, inicia el gran Misterio pascual de Cristo muerte, sepultado, resucitado y ascendido a los cielos. Espero que hayan sido estas fiestas días entrañables para nuestros lectores, en torno a ese Niño Dios, que se manifiesta a pastores, Magos y a cuantos quieran aceptarle como Salvador, Mediador entre Dios Padre y nuestra humanidad.

Pero un año tras otro la ambigüedad y las ideas pocos claras, la tergiversación y, por qué no decirlo, la ignorancia aparece en toda la puesta en marcha de esta fiesta de Navidad y Epifanía: alumbrado de calles, plaza y árboles sin indicación alguna de qué celebramos; profusión de ofertas de regalos que traen no se sabe si Papa Noel, Santa Claus o los Magos el 25 de diciembre o el 6 de enero. Los Magos, desde luego, trajeron regalos a Jesús Niño, cuando le adoraron en Belén con María y José. Con mucha frecuencia la publicidad masiva hace de estas figuras de Navidad personajes míticos, cuando se sabe bien, por ejemplo, que san Nicolás, obispo de Mira, actual Turquía, está detrás de Papa Navidad/Santa Claus, pues el 6 de diciembre, su memoria litúrgica, se acostumbraba a regalar a los niños chuches y otros dulces porque ya se acercaba la Navidad. Y los Magos sencillamente son unos sabios que ante una estrella observada más brillante llegan de Oriente buscando al Niño que ha nacido, se postran ante Él y le dan unos regalos un tanto curiosos: oro, incienso y mirra.

Pero hace ya tiempo que ha surgido otro tipo de “celebraciones”, que evitan la iconografía cristiana de belenes o nacimientos, estrella que guía a los Magos. Otras veces, se convierte a estos en personajes camuflados, que aportan magia (¿engañando a los niños y adultos que se dejan?). Lo hacen concejalías de festejos y la idea que explican es que toda fe religiosa no puede exhibirse en el espacio público, y sin renunciar a la tradición, la tradición cristiana ha de camuflarse. No sea que se enfaden aquellos intolerantes que juzgan como ofensa que otros expresen claramente su verdad.

Y hay más: para aquellos que no creen en nada ni en nadie, estas concejalías piensan que hay que celebrar algo, porque en Navidad no están “protegidos” de los creyentes, que creen y pretenden mostrar su “tradiciones” en el ámbito público, y la Navidad es de todos. ¿Qué celebrar entonces? Por ejemplo, el solsticio de invierno, y por eso la luz, las fiestas de fantasía, etc. Esos sí, estos festejos, se pagan con dinero público. Se dan, además, razones para ello: las tradiciones evolucionan y, desde que nació Jesús de Nazaret, mucho han cambiado las tradiciones y no es tiempo de hacer siempre lo mismo.

A mí no me preocupan este tipo de fiestas que nada o poco tienen que ver con Navidad, porque por aburrimiento morirán y habrá que idear otras. Me molestan que autoridades locales las impongan porque ellos no creen en Cristo o entienden la Navidad cristiana como una “tradición” al lado de otras. El Nacimiento de Cristo no es una tradición; es un hecho histórico narrado, por cierto muy bien, por los evangelistas Mateo y Lucas. Si no se quiere celebrar esta fiesta cristiana, nadie tiene que obligar a ello. Los cristianos no somos tan cretinos como para asustarnos porque no digan los evangelistas qué día exacto nació Jesús de Nazaret. Pero nació un año concreto que coincidía con un año concreto de la fundación de la ciudad de Roma (“Ab urbe condita”). Lo importante no es si nació en invierno o en verano, pero sí en Belén de Judá. Pretender una Navidad laica (=laicista) como única forma de hacer efectivo el principio de no confesionalidad del Estado se aleja de la realidad.

En todo el mundo, y también en la práctica totalidad de las naciones occidentales de tradición cristiana celebran oficialmente el 25 de diciembre (o el 6 de enero) la Navidad y muestran signos externos de esta fiesta cristiana. Los que quieren que Navidad se celebre desprovista de toda simbología religiosa cristiana, están evitando que esos iconos de la Navidad cristiana desparezcan de nuestra tradición cultural.

Con alegría, paz y deseos de ser mejor persona he celebrado Navidad. Estoy seguro que ustedes también, y están dispuestos a celebrarla en años venideros.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

No deja de ser un espectáculo llamativo ver cómo las ciudades europeas reforzaron su seguridad este fin de año y los inicios del 2017 en los lugares de celebración masiva, ante la amenaza yihadista. La amenaza es seria, pues este mal golpea a nuestra Europa en los cuatro puntos cardinales. Es cierto, pero no deberíamos olvidar, al contemplar las imágenes de plazas y lugares de fiesta, otros lugares donde el terrorismo también se ceba, en número aún mayor, con los inocentes, sin posibilidad de defenderse.

¿Cómo se soluciona esta situación deplorable? Queremos y exigimos seguridad. Y es justo. Pero, ¿hay una seguridad absoluta, incluso aquí en Europa, con los enormes medios de que dispone el Estado? Creo que no. Además, reitero, hay que pensar también en otras latitudes, donde muchísima gente se encuentra mucho más expuesta al impacto bestial de la violencia, que es siempre, en el fondo, nihilista. ¿Cómo solucionar de forma efectiva toda esta violencia? Nadie duda que el combate contra el terrorismo yihadista tiene una dimensión policial y militar. Pero, ¿basta con estas medidas? Estoy convencido de que no. Tampoco parece que lo esté el Papa Francisco, que nos ha escrito el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz nº 50.

El Papa dice que se exige nuestra colaboración, nuestro concurso como protagonistas de este momento de la historia de la paz. Hay que construir una cultura de la vida, de la justicia y de la paz para 2017. Es un empeño cotidiano en los lugares donde vivimos: en la vida familiar, en nuestros barrios y pueblos, en el lugar de trabajo, en el modo de vivir el tiempo libre y el ocio, y, por supuesto, en el debate político y social, así como en la educación que proponemos a nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
No bastan, pues, los tanques, las armas para afrontar la cultura de la muerte, la violencia insoportable del terrorismo. Entre nosotros, por desgracia, la cultura de la vida brilla un poco por su ausencia. Debemos agradecer a las fuerzas de seguridad del Estado, a sus hombres y mujeres, su sacrificio y el riesgo que corren para defendernos. Pero todos estamos inmersos en esta batalla. ¿Y qué dice el Papa?
Dice con claridad que la paz es la línea única y verdadera del progreso humano. No las tensiones de nacionalismos ambiciosos, ni las conquistas violentas, ni las represiones de un falso orden civil. Cita él a Pablo VI, que advirtió del “peligro de creer que las controversias internacionales no se pueden resolver por los caminos de la razón, es decir, de las negociaciones fundadas en el derecho, la justicia, la equidad, sino sólo por las fuerzas espantosas y mortíferas” (Mensaje para la I Jornada de la Paz en 1968). Pero también cita a Juan XXIII cuando exaltaba “el sentido y el amor de la paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor” (encíclica Pacem in terris).

Segú el Papa Francisco, impresiona la actualidad de estas palabras, urgentes hoy como hace 50 años. Y lo que propone para nuestra reflexión es considerar la no violencia como un estilo de política para la paz, y pide a Dios que se conformen a la no violencia nuestros sentimientos y valores personales más profundos. Que la caridad y la no violencia guían el modo de tratarnos en las relaciones interpersonales, sociales e internacionales. Para eso hay que vencer la tentación de la venganza. Tarea harto difícil.

¿Cómo es que propone el Papa Francisco este modo de resolver el terrible problema de la violencia yihadista o de cualquier otro tipo? ¿No es un modo iluso de proceder o proponer? Estoy seguro que muchos políticos y agentes sociales, economistas incluidos, lo piensan. ¿y qué piensas tú, yo mismo, ustedes, nosotros? Lean lo que dice el Papa; debatan cómo se producen en países y continentes el terrorismo, la criminalidad y ataques armados impredecibles, los abusos contra emigrantes y las víctimas de la trata; o la devastación del medio ambiente. ¿Con qué fin se hacen estas atrocidades? ¿Consiguen su propósito? ¿Qué es lo que se obtiene con este proceder? Sinceramente: desencadenar represalias y espirales de conflictos letales que benefician sólo a los “señores de la guerra”, que son legión.

El Papa recuerda que también Jesús vivió en tiempos de violencia, y propone, lógicamente, su ejemplo, puesto que Él, Jesús, señaló el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la paz: el corazón del hombre. Perdonar, ofrecer la otra mejilla, amar a los enemigos nos parece muchas veces inverosímil. Pero Él trajo el camino de la no violencia, que siguió hasta el final, hasta la cruz y destruyó la enemistad, como afirma san pablo en Ef 2,14-16. Quien acoge la Buena Noticia de Jesús reconoce su propia violencia y se deja curar por la misericordia de Dios, convirtiéndose a su vez en instrumento de reconciliación.

Para muchos la no violencia es entendida como rendición, desinterés y pasividad, pero en realidad no es así. En cualquier caso, ahí está el tema, sin duda muy candente. Yo les pido o les propongo que lean el texto del Papa. Miren si tiene razón o no. Yo creo que sí, pero no porque sea Obispo y he de hacer una defensa corporativista. No, lo creo porque quiero seguir a Jesucristo, el único que cambia los corazones; quiero revestirme de sus sentimientos. Sin duda es un tema apasionante, pero no sé si se debate en profundidad en los círculos donde nos movemos. Espero que así se haga entre los católicos, y mostrar caminos nuevos de paz, como tantos cristianos han hecho a lo largo de la historia y sus avatares.

El Papa dice que la Iglesia Católica acompañará toda tentativa de construcción de la paz con la no violencia activa y creativa. Que todos deseemos la paz; y la construyamos cada día con pequeños gestos, pues muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla. Lo ponemos en manos de Santa María, Reina de la Paz, Madre de Cristo, cuya fiesta celebramos en este primero de enero. Feliz Año.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo. Primado de España