No amemos de palabra, sino de obra (1 Jn 3,18)

Escrito semanal del Sr. Arzobispo, D. Braulio Rodríguez Plaza
Al final del jubileo de la Misericordia quiso el Papa Francisco ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres. Era el colofón de ese Año Jubilar. Estamos justamente ante la celebración de la primera Jornada el domingo 19 de noviembre. El Papa ofreció un Mensaje para este día. En él el Santo Padre nos indica cuál es su finalidad, el sentido que tiene este día. No es una Jornada Mundial que lleve consigo una colecta especial. Es una Jornada de concienciación dirigida a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en un signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados, pues somos de Aquel cuya existencia es dar y darse hasta el fondo.
Podemos afirmar que el Santo Padre es ambicioso; no se queda en horizontes cortos, está abierto a “lo más“, pues quiere que esta Jornada estimule, en primer lugar, a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, que caracteriza a nuestra sociedad; desea también que hagamos nuestra la cultura del encuentro, del acercamiento. Sabemos que esta orientación del Papa inquieta a muchos, porque piensan que Francisco es un populista más. No le entienden porque hemos perdido el sentido de Pueblo de Dios, que ha de ocuparse de todos sus hijos. Por esta razón vemos que el Papa quiere: “Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad” (Mensaje del Papa para la I Jornada, 13.6. 2017) ¿Cómo argumenta Francisco esta invitación? “Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna”. Así de sencillo y así de rotundo y de una lógica cristiana.
Por ello, nos exhorta el Papa a organizar distintos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Llega su Santidad a sugerir que sentemos a nuestra mesa a personas pobres como invitados. Iniciativa también para este domingo 19 de noviembre es la oración para que cambie nuestra mentalidad. Ésta no es una acción individual, sino la acción de una comunidad, que no se deja llevar únicamente de política de mercado. Mientras el mundo actual tiende a desentenderse del pobre y del débil, y busca expandir un consumismo que termina excluyendo a los que menos tienen, vemos que Jesús exige que los pobres sean evangelizados y que les llegue la “buena noticia” (cfr. Is 6, 1-2; Lc 4, 18). Es verdad que pobre no son únicamente de dinero, de recursos, pero también y sobre todo.
Por eso la Iglesia, a sus fieles y quienes quieran oírle, anuncia la bienaventuranza de la “pobreza” como virtud que hace descubrir el sentido de la austeridad ante los bienes y la riqueza. La pobreza evangélica impulsa a compartir con alegría lo que se es y lo que se posee, para retener solo lo necesario. Es una propuesta de vida y un ejercicio de libertad de espíritu, como lo hicieron y hacen muchos cristianos inspirados en las palabras de Cristo (cfr. Mt 5, 3; Lc 6, 20). El espíritu de pobreza anunciado y vivido por Jesús corrige dos desmesuras: la avaricia y el despilfarro. Inspira y libera nuestra capacidad solidaria y hace que cada ser humano resulte un dispensador de bienes. La vida es un don y no una propiedad y debemos crecer en la capacidad de ser administradores de bienes que liberen el sufrimiento de tantos, que no podrían salir solos de su situación de pobreza o del umbral de la misma.
Son muchas las ocasiones en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándonos contaminar por la mentalidad mundana que encierra la frase “el negocio es el negocio”. Nos conviene, pues, crear esa nueva mentalidad que nos descubre el Papa. Le conviene también a nuestro mundo, que no logra descubrir el origen de tantas guerras, tantos malestares que crean violencia continua, porque la ambición no tiene correcciones y, a la larga, destruye. Esta Jornada Mundial de los Pobres puede ser una ayuda inestimable, para nosotros y nuestra felicidad, pero sobre todo para los más desheredados del mundo.
Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo y Primado de España