La Semana Santa

Escrito semanal del Sr. Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez Plaza
“Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, en el cual entrando en Jerusalén dio anuncio profético a su poder. Los cristianos llevan ramos en sus manos como signo de que Cristo, muriendo en la Cruz, triunfó como Rey. Habiendo enseñado, pues, el Apóstol: “Si sufrimos con Él, también con Él seremos glorificados” (Rom 8,7), la unión entre ambos aspectos del misterio pascual (el sufrimiento y la gloria) han de resplandecer en la celebración y en la catequesis de este día” (Ceremonial de los Obispos 263).
El Domingo de Ramos contiene algunas lecciones que nos permiten vivir mejor este misterio del Señor crucificado, sepultado y resucitado que se despliega en la Semana Santa, que hoy comienza. Muy importante es señalar a los cristianos, en primer lugar, el don que nos regala Dios nuestro Señor al concedernos vivir un año más la manifestación más grande de su amor que es el misterio Pascual, la Pascua toda. Tenemos el peligro de creer que somos nosotros los que preparamos, hacemos, organizamos monumentos, procesiones, horas santas, esto o aquello. No, lo importante nos lo da Dios por su Espíritu Santo: vivir los misterios que nos dieron nueva vida. Habrá que preparar lo mejor posible todo lo que posibilite esa gracia fundamental, pero hemos de vivirlo como regalo que se nos hace para disfrutar, ahondar, renovarse y gozar en el Señor.
Nos conviene, pues, vivir el Domingo de Ramos como pórtico de toda la Semana Santa, sobre todo de la Pascua del Viernes, Sábado y Domingo, y aclamar al Señor de corazón en la procesión que precede a la Misa, en la escucha de la Pasión dentro de la celebración de la Eucaristía y también en la prolongación de ese triunfo de Cristo, que es la procesión con la imagen de Cristo entrando en Jerusalén. La cultura consumista y del espectáculo puede convertir nuestra Semana Santa en un producto muy atrayente en su envoltura y no contener nada cristiano dentro de ese envoltorio, pues sólo pone de relieve una tradición que es más bien el resultado de considerar la fe católica a la luz de la sociología cultural religiosa. Algo muy alejado de lo que la Iglesia ofrece.
En segundo lugar, todos hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en sentido evangélico, y no literal; hemos de hacerlo bien: tomemos como nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella que ahora sufre la guerra y la división, sino la que resuena con las alabanzas de los ángeles. Así, el Jueves Santo no comemos sin más la Pascua judía, sino que damos inicio a la salvación del Mesías de Israel sentados a la Mesa de la Última Cena, comiendo el Pan de vida y la sangre de la nueva alianza que es el Sacramento del Amor, al que adoramos en nuestros tabernáculos en reserva eucarística, que llamamos monumentos.
El Viernes Santo no sacrificamos ya jóvenes terneros no carneros desprovistos de inteligencia, sino que ofrecemos al Padre un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo; ofrecemos la vida entregada por amor a nosotros de Cristo Salvador. Es más, en buena lógica, pedimos perdón por todos los pecados del mundo y nos inmolamos nosotros mismos unidos al sacrificio de Cristo que se ofrece al Padre. Ofrecemos nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos, por ello, dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididos a la cruz. ¿Cómo participaremos, si no, en el triunfo luminoso de Cristo en la Noche Pascual y en el día que hizo el Señor, Domingo de Pascua?
En tercer lugar, toda esta Semana Santa, sobre todo el Triduo Pascual, hemos de vivirlo personalmente, no como número de una masa, grupo o Cofradía, vecinos o familias. No. El Señor nos invita personalmente y personalmente hemos de responderle. Si crees que puedes ser Simón Cireneo, coge tu cruz y ayuda a Cristo. Si consideras que estás crucificado con él como un ladrón, por tus pecados, como el buen ladrón confía en tu Dios y compra con la muerte tu salvación: entrarás en el paraíso y descubrirás antes de qué bienes te habías privado.
Si piensas que puedes hacer lo que José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo. Si como Nicodemo te cuesta mostrar abiertamente que adoras a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos. Puede que te sientas identificado con las tres Marías, y lloras como ellas al amanecer y tal vez seas el primero en ver la piedra quitada, señal de que Cristo ha resucitado en ti, y verás también, ¿por qué no?, a los ángeles o al mismo Jesucristo.
+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo. Primado de España